1. la idea de una filosofía concreta
Como pensador existencial, Gabriel Marcel es partidario de una filosofía concreta que reflexione sobre aquello que el ser humano experimenta en cuanto persona que existe y que es fundamentalmente quehacer cotidiano en un mundo en el que nada es absolutamente necesario y en el que se tiene que relacionar con otras personas. Pero frente al existencialismo de autores como Sartre, centrados en la conciencia humana de la contingencia y absurdidad de la existencia en cuanto tal, Marcel busca aquello que pueda dar sentido y consistencia a dicha existencia. Filosofar significa para él pensar a partir de la experiencia humana, con sus sombras y sus luces, con el sufrimiento y la belleza, con la muerte y con el amor, intentando precisar su significado y su dignidad.
Rechaza así el positivismo, que al considerar que sólo es real aquello sensible que es empíricamente contrastable y matematizable acaba convirtiendo al ser humano en un sim-ple objeto producido y explicable por la realidad material, ignorando todas aquellas experiencias humanas que no pueden explicarse con categorías lógicas y objetivas. Pero rechaza también el idealismo, que al considerar que nada puede ser exterior al sujeto pensante y al conceder al conocimiento reflexivo la primacía absoluta acaba confundiendo la realidad con su concepto, convirtiendo al ser humano en un simple conocedor que nada tiene que ver con la persona real y determinada para la cual existir es sobre todo comportarse.
Para Marcel la filosofía no puede carecer de supuestos, aunque sólo sea porque parte de lo existencial indudable, y no puede ser objetiva, pues es un intento de profundizar en la experiencia personal y singular del que filosofa. No se trata por tanto de construir un sistema perfecto que encapsule la realidad en un conjunto de formulas más o menos rigurosamente ligadas entre sí y que pulvericen todos los problemas. Es más, quien en filosofía intenta exponer las verdades que ha descubierto en su encadenamiento dialéctico o sistemático se arriesga a alterar profundamente el carácter de esas mismas verdades. El filósofo debe conocer la historia de la filosofía, pero no debe capitular ante ella, sino que debe utilizarla en la reflexión sobre su propia circunstancia, debe sentir lo que Marcel llama “la mordedura de lo real” (G. Marcel, 1967: 97-98 / 2004: 73), y comunicar a los demás el resultado de estas reflexiones por si les puede servir de alguna utilidad para su personal e intransferible existir.
Es precisamente por esta concepción de la actividad filosófica por lo que Marcel no escribe tratados teóricos rigurosamente elaborados, sino que expresa sus ideas a través de textos breves, diarios filosóficos formados por anotaciones germinales e intuiciones apenas esbozadas, transcripciones de conferencias e incluso piezas teatrales. Se trata de obras como el drama Un homme de Dieu (Un hombre de Dios), de 1925, la conferencia Position et approches concrètes du mystère ontologique (Posición y aproximaciones concretas al misterio ontológico), de 1933, el diario filosófico Être et Avoir (Ser y tener), publicado en 1935 junto con algunos escritos breves, especialmente la conferencia de 1933 Esquisse d ́une phénoménologie de l ́Avoir (Esbozo de una fenomenología del tener), la recopilación de ensayos Du refus à l ́invocation (De la negación a la invocación), publicada en 1940 y reeditada en 1967 con el nuevo título de Essai de philosophie con-crète (Ensayo de filosofía concreta), y la serie de conferencias titulada Le mystère de l ́être (El misterio del ser), de 1951. Obras que convierten a Gabriel Marcel en uno de los indiscutibles centros de referencia de la vida culta e intelectual francesa y europea a partir de los años treinta del siglo XX.