1. Introducción
Para lograr movilizar millones de ciudadanos en todo el mundo, los Gobiernos e instituciones
han optado por tocar la tecla del miedo.
La invasiva información diaria y actualizaciones de fallecidos han constituido la dinámica
constante en casi la totalidad de los medios de comunicación.
El uso generalizado de terminología de guerra ha incrementado aún más el desatar
del sentimiento humano del miedo. Curiosamente, no se ha personalizado la imagen de la
muerte, no se ha puesto prácticamente cara al sufrimiento. Las imágenes de los esparcidores
de desinfectante mostraban seres humanos irreconocibles, sin semblante, debajo de
una escafandra, anónimos féretros en las morgues o cruces sin nombres en fosas comunes
en zonas más desfavorecidas del planeta. Se crea una alarma social, se produce un sentimiento
de inseguridad que se une al miedo y fuerza así la comunicación del ser y estar del
hombre, en medio de una in-security (Rufino, 2017) que empuja el aquí y el ahora, frente a
la esperanza de algo que se ve amenazado y en lo que se deja de creer. La comunicación
más globalizada, de este nuevo siglo, de una catástrofe humana ha sido deshumanizada. A
excepción de algunos de los rostros de los sanitarios, que mostraban su agotamiento y petición
de ayuda, o de algún paciente raro que había sufrido, estaba sufriendo la enfermedad
o salía al fin de la UCI entre aplausos, el resto han sido números: el terror de los números.
Se ha infundido el miedo con una voluntad persuasiva a través de la cantidad de fallecidos:
en un año, más de dos millones seiscientos. No podría ser de otro modo: en la era del big
data, de lo cuantitativo, los datos son la mejor arma para la comunicación del miedo. Datos
que trasfieren números asépticos de víctimas de un enemigo común, el virus de la covid-19,
terriblemente aterrador, porque de él no se sabía nada y estaba fuera de control (Legrenzi,
2021). Dicho según palabras de Callejo Gallego mencionando un libro de Calvo (2003), la
sociedad es un thriller protagonizado por la opinión pública; de forma premonitoria, reflexiona
sobre una sociedad a la deriva, empujada por una epidemia tras otra, sumergida en la
inabordable globalización y con una hiperpresencia de los medios de comunicación, con un
clima de opinión atemorizada ante la incertidumbre y que hace del mensaje del miedo su
más eficaz propagandista. Callejo Gallego y Calvo dibujan un contexto político y social, el
de España de 2003, que, curiosamente, se ha visto exacerbado en los medios de comunicación
y en la política en 2020 con la pandemia de covid-19, en un paisaje social y político
supuestamente muy distinto.