1. Introducción
Los diferentes estudios científicos en el campo de la neurobiología nos demuestran que muchas veces sufrimos no tanto por el miedo causado por los hechos en sí, sino más bien por nuestras imaginaciones, por aquello que pensamos sobre los hechos reales. Son representaciones mentales que se han formado en nuestro cerebro, y es todo un reto librarnos de ellas.
Necesitamos el miedo para protegernos ante peligros y sobrevivir. Si un tigre se abalanza sobre mí, reaccionaré huyendo. Mi cuerpo segregará adrenalina y me daré a la fuga para evitar esa situación peligrosa y recuperar cuanto antes la normalidad. En nuestra sociedad, es inverosímil que tengamos que enfrentarnos con un tigre, pero sí que existen acontecimientos o situaciones que representan una verdadera amenaza para nuestra existencia. Toda una vida llena de ilusiones que se ve truncada por un accidente de coche o por una enfermedad, problemas en el trabajo que nos angustian, situaciones difíciles con los hijos…, circunstancias que, de una u otra manera, nos resultan peligrosas. Y, ante esos peligros, el miedo nos hace reaccionar; tiene, por lo tanto, una utilidad considerable, ya que nos protege por medio de estrategias que nos permiten sobrevivir, incluso en situaciones difíciles. Una vez encontrado y solucionado el problema, volveremos a la tranquilidad y al curso normal de nuestra existencia.
Pero ¿qué ocurre si ese tigre, en vez de ser real, lo crea nuestra mente; si, en lugar de tener un accidente, imaginamos que lo tenemos; si, ante un diagnóstico médico solo vemos una enfermedad terminal, o en un problema laboral el despido definitivo? ¿Qué sucede si es nuestra cabeza la que provoca que el latido de nuestro corazón se acelere, empecemos a sudar, el ritmo de la respiración aumente y aparezcan temblores, escalofríos, dolor en el pecho, sequedad de boca, mareos, dolor de cabeza…? Lo cierto es que nuestro miedo puede aparecer a causa de estas dos posibilidades, la real y la producida por nuestra imaginación. Y este hecho lo hemos comprobado, de modo especial, durante la pandemia causada por el virus Sars-Cov-2, ya que en muchas ocasiones el miedo que sentíamos no era debido a un peligro real, sino a lo que, espoleada por el ambiente social y los medios de comunicación, creaba nuestra imaginación. No obstante, fuese por un hecho objetivo o a causa de nuestra mente, la sensación del miedo es real y la persona que sufre ese miedo pondrá todos los medios para volver cuanto antes a la paz inicial, en la que la reacción fisiológica de estrés desaparece y deja de alterarnos. Pero ¿cómo podemos librarnos de ese miedo —real o imaginario— que tanta angustia causa y que hace que nuestro cerebro —según los neuro- biólogos— se vea arrollado por un estado de incoherencia?1 Una primera opción es cambiar y desmontar las condiciones que han llevado a esa situación que causa un profundo malestar. Otra posibilidad consistiría en adaptarnos a las necesidades que requiere la nueva situación. Y, en tercer lugar, podríamos cambiar nuestra actitud ante la vida, priorizando lo verdaderamente importante con el objetivo de ser felices y disfrutar de la existencia.