1. Introducción
Las series de la edad dorada de la televisión son artefactos culturales que nos hablan de los rasgos, necesidades e inquietudes de la sociedad contemporánea: ”el lenguaje audiovisual y multimedia es la manera de concebir, escribir y contar lo que ocurre en el siglo XXI” (Marfil, 2011: 2) y “la televisión se eleva como termómetro de las incertidumbres del poscapitalismo […] Si el cine quiere retratar al hombre, la serie habla de la sociedad” (Vallín, 2007: 52). De esta forma, a los mitos tradicionales se les han unido aquellos provenientes de las creaciones de la pequeña pantalla, que complementan las necesidades e inquietudes más actuales de la sociedad (Escudero, 1997: 74).
Dentro de este nuevo imaginario colectivo alimentado por la ficción serial contemporánea de la actual edad de oro, encontramos una nueva concepción del enemigo “que actua(rán) como lentes de creación de la idea de estar en constante riesgo y, por tanto, como catalizador(es) de la creación del miedo como emoción social individual y colectiva que […] afecta a la vida familiar” (Trapero, 2012: 90). Se trata de un enemigo doméstico en el sentido estricto del término, como el perteneciente a la domus, a la casa, o lo que es lo mismo: aquel que es oriundo de un país y ataca, espía o mata a los habitantes de ese país o actúa contra los intereses del mismo. Encontramos varios ejemplos en la serialidad televisiva contemporánea, pero los dos casos paradigmáticos son Dexter Morgan (Dexter, Showtime, 2006-2013) y Nicholas Brody (Homeland, Showtime, 2011-)
. Se hace inevitable percibir en ellos la condición de asesino en serie y la del marine (y además terrorista) respectivamente, unidas a la de héroes, debido a la estrecha relación que advertíamos entre serialidad e imaginario colectivo en un escenario posterior al 11-S, ya con una distancia histórica que permite canalizar las inquietudes y miedos que han permanecido en la psique colectiva: “In the post-9/11 era of abuses at Abu Ghraib and Guan-tanamo […] where does America turn for its next superhero? We turn, it would seem, to that quintessential American outsider and individualist” (Smith, 2011: 390). Estos nuevos enemigos no sólo son domésticos en cuanto a origen e intenciones, sino que también han dado una vuelta de tuerca a la figura prototípica del héroe adquiriendo atributos propios del mismo, acercando más que nunca las figuras de héroe y villano. En esta nueva con-cepción es inevitable ver la influencia plausible de la crisis multidimensional que provocó el 11-S, aunque ésta “solo actuó como acelerador de una reacción en la que ya bullían la conspiración […] y el moderno escepticismo hacia la familia, la religión, el poder y la patria” (Vallín, 2007: 52).