Introducción
Dice Mayans y Siscar2, primer biógrafo de Cervantes, que mientras trabajaba este en la continuación de la historia de don Quijote, se divertía en escribir doce cuentos que salie-ron a la luz con el título de “Novelas ejemplares” en 1613, hace ahora, en 2013, 400 años. Cervantes, muy satisfecho de estas novelas, en la dedicatoria al conde de Lemos explica:
Advierta vuestra excelencia que le embío, como quien no dice nada, doce cuentos que, a no averse labrado en la oficina de mi entendimiento, presumieran ponerse al lado de los más pintados3 y en el prólogo añade: Sólo esto quiero que consideres: que pues yo he tenido ossadía de dirigir estas Novelas al gran conde de Lemos, algún misterio tienen escondido que las levanta. Este misterio lo es para mí. Declárelo quien lo entiendan (Cervantes, 1999: 516).
Cervantes, que no está para burlarse con la otra vida, a los 66 años, cuatro antes de su muerte y ya autor del Quijote, ofrece al lector amable, para gloria de nuestra lengua, estas novelas ingeniosas y elegantes, no contrarias a la fe y a las buenas costumbres, novedosas, eutrapélicas4 y misteriosas. Pero ¿cuál es el misterio que esconden y que las levanta? Declárelo quien lo entienda:
Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras; digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables, antes aprovechan que dañan. Sí, que no siempre se está en los templos, no siempre se ocupan los oratorios, no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse. Para este efeto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curiosidad los jardines. (Cervantes, 1999: 514)