Resumen
A finales del siglo XVI, Montaigne intenta expresar la realidad cambiante y vertiginosa de su tiempo (exploración de América, revolución copernicana, guerras de religion, etc) por medio de un nuevo artefacto expresivo y comunicativo al que dará el nombre de ensayo. Éste será el vehículo más representativo del pensamiento moderno, diferenciado del “tractatus”, la “summa” o la “relectio” escolásticas. En el siglo XX, con la consolidación de las ciencias sociales y la tranformación de la filosofía en hermenéutica, el legado del ensayo fundacional, el de Montaigne, se desplazará hacia la escritura periodística. Zweig, Kapuscinski y Pla, entre otros, asumieron esa herencia de manera explícita.
De Montaigne a Zweig, Pla y Kapuscinski
Existe una abundante bibliografía sobre los orígenes históricos del periodismo (Chartier, 2012), pero poco se ha dicho sobre los precedentes remotos de la escritura periodística entendida como género más o menos definido o, en cualquier caso, identificable. Aunque parezca un matiz supérfluo, el ejercicio del periodismo y la escritura periodística son cosas diferentes que no resulta razonable yuxtaponer sin más. En feliz expresión de Michel de Montaigne (1533-1592) la escritura debe aprehender el carácter ondulante (“ondoyant”) de la realidad, que es la propia de lo que hoy denominaríamos actualidad (Nakam, 1984). Esa primitiva actitud estilística fue recibida como una valiosa herencia por muchos cronistas del siglo XX. Aquí nos haremos eco de tres de ellos que asumieron el legado conscientemente y de una manera explícita: Stephen Zweig (1881-1942), Ryszard Kapuscinski (1932-2007) y Josep Pla (1897-1981).
Desconocemos si alguien se ha entretenido en contar cuántas veces aparece el mencionado adjetivo –ondulante– en la obra de Josep Pla. Cuando lo utiliza, Pla suele citar a Montaigne o, más genéricamente, a los moralistas franceses. En todo caso, Pla ejerció el periodismo y Michel de Montaigne, por supuesto, era ajeno a esa actividad o a algo que se le pareciera remotamente. Sin embargo, el uso especialísimo que Pla hace del término del ejemplo, ondulante (en un sentido unas veces antropológico y otras ontológico) proviene directa y abiertamente del filósofo francés. La lectura de los Essais representó en Pla algo más que un modelo de estilo literario, una especie de molde periodístico “avant la lettre”; también fue un referente vital, quizás el más importante (Puig, 1998). Hay pocos estudiosos de la obra de Josep Pla que no comenten con más o menos detalle esta relación, y parece que a estas alturas no tiene mucho sentido reiterarla. Ryszard Kapuscinski, por supuesto, constituye otro ejemplo evidente de la difuminación de fronteras entre lo periodístico, lo histórico y lo etnológico (por ejemplo en el caso de Ébano). Curiosamente, la idea de aunar lo histórico y lo periodístico que Kapuscinski lleva a cabo en los Viajes con Herodoto, ya había sido prefigurado a principios de los años 80 por François Hartog a propósito, precisamente, de considerar a Montaigne como el padre de ese género (Hartog, 1980).
Existe, sin embargo, un aspecto que a menudo resulta semánticamente confuso: la apelación a la noción de moralismo como precedente de la mirada periodística. Pla, Kapuscinski o Zweig (quien, por cierto, escribió un estudio sobre Montaigne deliciosamente impreciso pero lleno de substancia) (Zweig, 1992) son tres de los grandes moralistas del siglo XX. Pero lo son –he aquí una de las precisiones que intentaremos desarrollar en este artículo– en un sentido muy específico, que tiene poco o nada que ver con lo que actualmente designa el término moralista. Esos autores, y muchos otros que conocían la obra de Montaigne de primera mano y en su lengua original, sabían exactamente cuál era el alcance de este concepto entre los siglos XVI y XVII. Sea como fuere, ninguno de los dos quiso ejercer nunca de hermeneuta profesional o de historiador de la filosofía, y por esa sencilla razón tuvieron que dar por supuesto el sentido del término moral en los Essais. Pla, Kapuscinski o Zweig representan a la perfección la relación entre el ensayismo y el periodismo de opinión en el siglo XX. Pero, ¿cuál es el sentido, en este preciso contexto, el término “moralismo”?
La respuesta a la anterior pregunta conduce a conclusiones más bien desconcertantes, en el sentido que dibujan un hilo conductor en el seno de la Modernidad casi inexplorado. Va de los albores del ensayo, a finales del siglo XVI, a la madurez del periodismo a principios del siglo XX, en las décadas de 1920 y 1930. El primer capítulo de los Essais –“Par divers moyens on arrive à pareille fin”– no es el primer ensayo de Montaigne, sino un texto mucho más tardío (Montaigne, 1988: Libro I, capítulo I). Según Hugo Friedrich y Pierre Villey, fue escrito hacia 1573 (Villey, 1933: 90). Ambos historiadores coinciden en afirmar que este contiene la “idée directrice” que da un sentido unitario a toda la obra y justifica sus particulares características formales y temáticas. Se trata de un juicio genérico sobre el ser humano: “Certes, c´est un subject merveilleusement vain, divers, et ondoyant que l´homme. Il est malaisé d´y fonder jugement constant et uniforme” (Montaigne, 1988: Ess., I, I, 9). Nos hallamos ante un muy determinado criterio sobre la condición humana, pero no ante una afirmación antropológica en el sentido moderno de la palabra. La primera sentencia propiamente filosófica de los Essais no es, pues, fruto del azar: es la llave que abre la comprensión profunda del resto del libro. El proyecto de Montaigne consiste en hacer inteligibles las ondulaciones de la condición humana y su relación con el aquí-ahora; por ello resulta tan inspirador para la escritura periodística de Zweig, Pla y tantos otros. Ese aquí-ahora se transforma, cuatro siglos despues, en actualidad en el sentido específicamente periodístico. Montaigne no planteó su proyecto desde la antropología derivada del aristotelismo de su tiempo sino desde la contemplación de la diversidad y de la psicología (entendida, naturalmente, en un sentido premoderno, como pintura del yo) Por eso requiere una determinada estructura formal, hasta entonces inexistente: el ensayo. “Il n´est subject si vain, qui ne mérite un rang en cette rapsodie” (Montaigne, 1988: Ess., I, XII, 48). Él mismo reconoce, en efecto, la precariedad estructural del proyecto (la palabra “rapsodie” tiene aquí un sentido claramente peyorativo) pero al mismo tiempo alude a su alcance fagocitador de la realidad. La condición de posibilidad de la aprehensión de lo que hoy denominaríamos actual en contraposición a histórico es justamente ese estilo que se acabará denominando periodístico.
Por un lado, la obra de Montaigne puede resultar, ciertamente, un collage vertiginoso. Por otro, sin embargo, muestra una estructura abierta que ya no tiene nada que ver con la estructura del “tractatus”, la “summa”, etc (Sáez Mateu, 1997). Una estructura que permite integrar, pues, la diferencia, la “dissimilitude”, la alteridad y, de manera especial, los mismos pliegues de lo cotidiano que siglos más tarde seran objecto de la descripción periodística. He aquí la remota relación entre el ensayo fundacional y el periodismo moderno. En el caso de Pla, el vínculo es directo. “En literatura –escribe Pla– sólo hay dos clases de libros: los que tienen por base la observación de la realidad en general y de la realidad humana en particular y los libros de imaginación” (Pla, 1981: volumen 33, p. 26). ¿Y cuáles son estos libros? Es aquí donde aparece Montaigne. Concretamente el Montaigne que afirma lo siguiente: “Les autres forment l´homme; je le recite et en represente un particulier bien mal formé (…) Or les traits de ma peinture ne forvoyent point, quoy qu´ils se changent et diversifient” (Montaigne, 1988: Ess, III, II, 804).
Leyendo un texto como éste se constata la distancia entre un moralista “à l’ancienne” como Montaigne y lo que ahora llamaríamos también “moralista”, pero en otro sentido. Es en este sentido preciso que la antropología clásica deja paso a la descripción o mirada periodística: porque se considera no existe la posibilidad de subsunción temporal-espacial en el conjunto de los seres humanos concretos. Los motivos los encontramos claramente explicados en la Apologie de Raymond Sébonde (Montaigne 1981: Ess, II, XII): la razón humana es un principio diversificador que anula la unidad directriz que la Naturaleza impone a los animales. Un caballo o un perro rigen su conducta de la misma manera en Europa o América, en el siglo XVI o en el siglo VIII. Los seres humanos, en cambio, no. El estudio del hombre ha de basarse, pues, en el análisis de sus costumbres, no de una naturaleza que es, en realidad, inexistente. Es justamente en este sentido que Montaigne es un moralista, pero no en otro. En francés del siglo XVI, el término “meurs” o “moeurs” designaba una noción empírica, exenta de todo juicio de valor. “Science morale” significa, pues, en Montaigne el conocimiento empírico y detallado, cercano y vivido, de las costumbres, pero en ningún caso una teorización de estos que desemboque en una antropología filosófica. Esa es la aproximación que Ryszard Kapuscinski hace del periodismo: “La fuente principal de nuestro conocimiento periodístico son los otros” (Kapuscinski, 2005: 29).
En el capítulo IX del libro III (fechado por Villey 1586, es decir, trece años después de exponer su proyecto genérico en el primer capítulo del libro) Montaigne afirma : “ouy, je le confesse (…) la seule varieté me paye, et la possession de la diversité, au moins si aucune chose me paye” (Montaigne, 1981: Ess, III, IX, 966) . O incluso, en el capítulo final del libro: “Il y a peu de rélation de nos actions, qui sont en perpetuelle mutation, avec les loix fixes et immobiles” (Montaigne, 1981: Ess, III, XIII, 1096). Exponer la lista completa de recurrencias a este campo semántico resultaría naturalmente desmesurado para nuestro propósito, que aquí es sólo ilustrativo. Ahora bien, ¿en qué se acabará traduciendo ese proyecto sostenido a lo largo de toda la obra? En principio, es obvio, en un abandono tanto de cualquier modelo antropológico como de los métodos en que se gestan éstos. Es aquí donde aparece la alteridad como fuente de comocimiento periodístico a la que alude Kapuscinski. La distinción esquemática entre “bárbaro” y “civilizado”, presente en la Política de Aristóteles, y que renace en el siglo XVI por obra de algunos escolásticos; o las curiosas clasificaciones jurídico-teológicas ideadas por el cardenal Cayetano; o las diversas tipologías renacentistas que abarcan campos tan diversos como la moral (tambien como ciencia de las costumbres, pero en otro sentido: la teoría de Jean Bodin sobre los “climata”, por ejemplo) están bastante alejadas del contenido de los Essais aunque no de un propósito que, en cierta manera, implica “ruiner la notion anthropologique de type” (Friedrich, 1970: 166). Esta afirmación, prestando atención a ciertas definiciones de los Essais, puede resultar engañosa. En efecto, Montaigne la llega a describir en los siguientes términos: “J´ay au demeurant la taille forte et ramassée; le visage, non pas gras mais plein; la complexion entre jovial et melancholique, moiennement sanguine et chaude” (Montaigne, 1981: Ess, II, XVII, 641). Aquí la terminología puede llegar a confundir: Montaigne está afirmando justamente no una situación de fijeza tipológica sino un flujo cambiante de estados diversos y/o contradictorios que conducen a perfilar los rasgos de una sucesión, no los de una definición. Jean Starobinski interpreta así el anterior fragmento apelando a la “mutation, dont Montaigne fera la loi du monde, gouverne ordinairement son propre corps, et son esprit” (Starobisnki, 1984: 40) Montaigne no renuncia, pues, exactamente al concepto de “type”, sino su uso clásico en un discurso que suele tener más de ontológico que de antropológico. El “type” pasa aquí a describir dinámicamente una contradicción, pero no para resolverla estáticamente en una categoría humana. Ésta puede ser muy detallada y compleja, pero que no deja de ser una categoría fija. Lo que antes se aplicaba al Hombre, se aplica ahora a un hombre, a ese –y no a ese otro– hombre (de nuevo, la aproximación de Kapuscinski). E incluso a uno mismo, para así poder mostrar el flujo “ondoyant et divers” de la identidad personal. Desde la perspectiva que comentamos, la superación del “type humain” coincide con una de las claves del periodismo moderno: la prevención y alejamiento del estereotipo. La existencia de la expresión “estereotipo periodístico” no es casual. Alude exactamente a la misma disfunción que apunta Montaigne: la subsunción de la diversidad humana en una cómoda, reducida e imaginaria tipología (Sáez Mateu, 2003: 108).