FRAGERO GUERRA, Carmen Doctora en Universidad de Córdoba ID: 0000-0001-7183-1184

Los asquerosos

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Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) proviene del mundo del cine, donde ha obtenido el Goya al mejor corto de animación con Caracol, col, col en 1995, y ha sido nominado al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres en 1999. Pero abandona la gran pantalla para irrumpir con éxito en el subgénero de la novela con Los millones (2010), Los huerfanitos (2012) y Las ganas (2014).

Los asquerosos (2018), su última narrativa, ha superado a las anteriores en aceptación por parte del público; cuenta con once ediciones y ha sido ganadora de la segunda edición del Premio Los Libreros Recomiendan 2019 a la mejor obra de ficción otorgado por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL).

En Los asquerosos el autor critica a cierta parte de sociedad aferrada al consumo, olvidada del valor de su tiempo, esclavizada por su trabajo, vulgar y dispuesta a aparentar; aquella que ama la naturaleza, pero consiente que los suyos la destruyan; aparenta cultura, pero solo es palabrería ostentosa (p. 136). Aunque lo relevante es la presentación, como reacción a esta clase personas, de un protagonista que se basta a sí mismo y ama la soledad per se –sin que esta sea un medio para conectar con un Ser supremo–. Este individuo, frente al zoon politikón (animal político o cívico) aristoteliano, es claramente asocial.

El protagonista aislado y autosuficiente también aparece en otras narrativas españolas contemporáneas como, por ejemplo, en la reciente novela de Antonio Muñoz Molina, Tus pasos en la escalera (2019). Surge, pues, un personaje en el imaginario narrativo contemporáneo que se desvía de la condición humana propuesta por filósofos clásicos, como Aristóteles, o actuales, como Byung-Chul Han, que aboga por un «oyente hospitalario» u oído amigo que palie el aislamiento propio de la sociedad hipercultural actual (Han, 2018, p. 119).

Pero el autor, Santiago Lorenzo, va más allá en esta novela. No solo este grupo de personas aferradas a la apariencia y al gasto («los asquerosos») son detectables, sino que presenta (a través de narrador) la posibilidad de que el mismo protagonista, Manuel, pueda llegar a ser un “asqueroso” si vive en sociedad. Sugiere, pues, que Manuel prefiere la soledad a “difuminar” su asquerosidad, como suelen hacer este tipo de personas sin escrúpulos. De este modo, la defensa del aislamiento por parte del protagonista y su justificación es total. Así lo expone el narrador (que en la trama es el tío de Manuel):
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«A muchos hombres y mujeres, el Manuel del exilio cerrado y ciego les resultará un asocial, un indeseable. No un asqueroso más, sino el que más.No se equivocarán. Pero él será el asqueroso singular cuya asquerosía [sic] nadie tendrá que sufrir. A Manuel, metido en su celda estanca, no le va a padecer nadie [énfasis del autor]» (p. 217).

Con esto, se altera la condición esencial del hombre aristotélico, su sociabilidad, pues esta perjudicaría a él mismo y al grupo. En la trama el símbolo de esta denostada sociedad es Joaqui, la vecina de Manuel, y su parentela («los asquerosos»).

El texto de Los asquerosos está dividido en veintisiete capítulos que, según la temática de su trama, se pueden agrupar en tres partes.

(1) En la primera parte, desde el capítulo uno hasta el quince (pp. 9-115), Manuel llega a un pueblo abandonado, Zarzahuriel, situado en el centro de España. Está huido de la justicia por haber herido a un guardia de paisano que sofocaba una manifestación (con lo que se critica la reciente “ley mordaza”) en el portal de un hostal de la calle Montana de la ciudad de Madrid. Acababa de mudarse allí para independizarse de sus padres, que durante su adolescencia lo habían ignorado. El protagonista está habituado a la soledad –según el narrador es ejemplo de «la generación de los niños de la llave» porque entran y salen de su casa con su ésta colgada al cuello–. Manuel solo se relacionaba con su tío (que es el narrador de la historia). Este último, después de su pelea con el policía, le aconseja que huya, pues cree que lo ha matado; le facilita un móvil, que no está registrado, y se encarga de hacerle llegar al pueblo un pedido del supermercado para que sobreviva.

Esta primera parte de la trama tiene un ritmo lento que, quizá, puede aburrir a un lector que ya ha aceptado que la supervivencia de Manuel en la aldea desierta es posible (en el mundo ficticio). A pesar de esta resignada asunción del lector, el narrador se obliga a demostrar su vida diaria con demasiado detalles (así describe cómo Manuel consigue electricidad o hace fuego, entre otros logros). Explicaciones que, a veces, son demasiado largas y pueden llegar a la pesadez.

En esta etapa de aislamiento total Manuel comienza a necesitar cada vez menos cosas: «Dijo [Manuel] que no hay mejor avalista para la saciedad que la desnecesidad» [cursiva del autor] (p. 114). El protagonista deriva, pues, hacia la misantropía; comienza a no cambiarse de ropa, a no necesitar la higiene corporal, a comer yerbas y a renunciar a todo que no sea hacer lo que le apetece. Se siente liberado de sus antiguos jefes, que lo habían explotado en «curros perecederos» (p. 104), y de «las fuerzas vivas» (p. 104). Valora hasta tal punto su tiempo libre que renuncia parcialmente a impartir clases telefónicas de conversación a extranjeros (empleo buscado por su tío para que se ganara la vida); así, Manuel, después de calcular el importe del envío del supermercado que recibe, prefiere prescindir de productos y aceptar solo algunas de las llamadas de extranjeros que la academia le desviaba.

(2) En la segunda parte, desde el capítulo quince hasta el veintiséis (pp. 117-204), Joaqui (la matriarca de los asquerosos) alquila la casa vecina a la de Manuel en Zarzahuriel. Manuel tiene que esconderse para que no lo descubran ya que como le advierte su tío «él quizá había matado al antidisturbios» (p. 119).

Aquí, al igual que en otras partes del texto, se combinan términos propios de la lengua culta con los de la vulgar. Entre los primeros tenemos: «Manuel subiría [al desván] los viernes a las cinco, albardado [de `albarda ́, cargado] de agua y víveres» (125). O también «eyectar [expulsar] de su Zarzahuriel dorado» [énfasis y paréntesis míos] (p. 121). Incluso el narrador recurre a un tono garcilasiano, propio del ambiente bucólico de la trama. Así, ante la llegada de sus vecinos, «Manuel quedo dolorando, de dolor orondo» [énfasis del autor] (p. 119). Y también, entre los segundos (los vulgarismos) aparecen palabras coloquiales con sufijos que las cambian de categoría, lo que supone cierta creación verbal: « […] Asomaba la Navidad. En la que Manuel auguraba [en la casa vecina] una orgía de consternación, cojonadeces y gorros de Papá Noel» [énfasis mío] (p. 155).
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Incluso, existe una creación de palabras como «La Mochufa» (p. 127) (los asquerosos), para denominar a sus nuevos vecinos que

«Llegaban en tres o cuatro grandes coches grandones, fuera de escala, aparcando ostentación en patena zarzahuriense. Y con unos maletones de volumen considerable, para cursar tres o cuatro cambios de vestuario al día durante la estancia de solo dos» (p. 127).

Manuel critica el ruido que hace La Mochufa (p. 129), su apego a los móviles –para comunicar lo bien que estaban en una soledad campestre que no soportaban (p. 129)–, su lenguaje manido (p. 132), su gasto innecesario de luz eléctrica –al instalar «una cinta de correr» (p. 131)–, así como su modo de divertirse –bien repitiendo siempre los mismos chistes (p. 130) o leyendo la prensa rosa (132)– En fin, la crítica irónica es despiadada (128- 133).

«La Mochufa» (Joaqui y su familia y amistades) enervan tanto a Manolo que decide estropearles su casa para que la abandonaran. Para esto entra clandestinamente en ella cuando estos no están; estropea la caldera, pone pegamento en los interruptores y deja restos de comida por doquier para que la casa se inunde de bichos, entre otros daños.

Un día, cuando Manuel estaba partiendo leña, Joaqui lo sorprende y, por un descuido provocado por la sorpresa, se hiere el mismo con el hacha. Deciden llamar a la ambulancia, pero ella alega que no puede acompañarlo porque debe preparar la comida. Aquí el autor podría haber “humanizado” a la Joaquí, si esta lo hubiera llevado en su coche o acompañado. Tampoco “humaniza” a Manuel, que no tiene escrúpulos cuando deja que la caldera de sus vecinos explote por su culpa. Así pues, nos encontramos a dos tipos (Joaqui y Manuel) que representan lo opuesto y actúan de un modo tajante; sin remordimientos, sin matices de duda en sus actuaciones: son simplemente prototipos opuestos, no personajes. El narrador, pues, abusa del “recurso de las tintas recargadas”, propio de la literatura popular, para presentar a estos protagonistas (Fragero, 2017, pp. 145-146).

Por esto el lector echa de menos la ternura y complejidad propia de los personajes que han sido grandes en la Historia de la Literatura. Es decir, de aquellos que han dejado de ser prototipos para ser personajes, que enamoran al lector porque sus sentimientos son contradictorios yempatizan con sus oponentes; como en la narración Bartleby, el escribiente de Herman Melville, donde el abogado, compasivo hacia su apático subalterno, le propone toda clase de trabajos para evitar su perdición, aunque su carácter le sacaba de sus casillas (Melville, 2019, pp. 92-94). O aquella bondad de Sancho Panza con la que anima a don Quijote en el lecho de muerte a una nueva aventura bucólica o se reclama culpable de la derrota caballeresca de su señor para que, así, se ilusione de nuevo con la vida (Rico, 1998, pp. 1219-1220)–.
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El capítulo veintisiete (pp. 215-221) a modo de epílogo, el narrador explica cómo Manuel, después de agredir al antidisturbios, había burlado a la policía que lo buscaba e informa que el agente agredido se recuperó después de unos meses de hospitalización. Asimismo, narra que Manuel se retiró definitivamente a Zarzahuriel para vivir en una total soledad (ya que incluso cuando él, su tío, fue a visitarlo, se ocultó).

En conclusión, si se considera Los asquerosos desde un punto de vista literario se pueden apreciar las siguientes consideraciones:
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<li>las tintas negativas o positivas aparecen demasiado recargadas en la descripción de los personajes (de Joaqui y Manuel, respectivamente), característica propia de la literatura popular. Las posiciones de los antagonistas son extremas y sus actitudes predecibles, por lo que, como hemos sugerido, estos prototipos no alcanzan la categoría de personajes (humanizados, es decir, afectados por las relaciones con otros personajes en la trama).</li>
<li>Sin embargo, sí se aprecia en el texto una riqueza verbal –creación de nuevas palabras por medio de derivaciones o incorporación de vulgarismos al lenguaje literario.</li>
<li>Asimismo, las intertextualidades (como las citadas con los poemas de Garcilaso) enriquecen el texto.</li>
</ul>
Desde un punto de vista sociológico, Los asquerosos de Santiago Lorenzo invita a reflexionar sobre el hombre que lucha por su libertad individual hasta el punto de que prefiere el aislamiento a perderla; renuncia a su carácter social porque no quiere sufrir “lasasquerosidades” de los demás ni esparcir la suya. Surge así un personaje que elige el aislamiento y la relación con la naturaleza (en vez de la laboral o amistosa), porque esta elección no le obliga a dar nada a cambio. Este es el nuevo hombre del siglo XXI; individualista,descreído, cansado de la sociedad y profundamente triste, porque solo comparte su existencia consigo mismo: «La cosa era vivir arrinconado, sin más pautas que las propias. Todas las deudas son con la gente. No hay gente, no hay deudas» (p.105).

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<h4><strong>Bibliografía</strong></h4>
FRAGERO GUERRA, Carmen (2017). “Recurso de las tintas recargadas” [Subcapítulo]. En Fragero Guerra, Carmen. Del azul al rosa: la narrativa de Carmen de Icaza (1936-1960) (pp.145 -146)-. Madrid: Sial Pigmalion.

HAN, Byung-Chul (2018). La expulsión de lo distinto [primera edición en idioma original en 2006]. Traducción de Florencia Gaillour. Barcelona: Herder.
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MELVILLE, Herman (2019). Bartleby, el escribiente [primera edición 1856]. Traducción de Enrique Hériz.

Prólogo de Juan Gabriel Vásquez. Barcelona: Navona-Ineludibles.

RICO, Francisco (1998). Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. Edición dirigida por Francisco Rico con la colaboración de Joaquín Forradellas. Estudio preliminar de Fernando Lázaro Carreter, Barcelona: Instituto de Cervantes.

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