Introducción
En 1917, con ocasión del tercer centenario de la muerte del padre Francisco Suárez decía el estudioso jesuita A. Pérez Goyena en el estilo algo ampuloso de la época:
“El lunes 25 de septiembre de 1617, en la casa profesa de San Roque, de Lisboa, entregaba su alma a Dios el P. Francisco Suárez, de la Compañía de Jesús. Excelentísimo por su virtud y excelentísimo por su saber, se le ha considerado como el príncipe de los teólogos jesuitas, gloria incomparable de España y uno de los paladines más notables de los derechos de la Iglesia católica” (Pérez Goyena, 1917: 11)
Ante la envergadura de la personalidad filosófica, teológica y jurídica de Suárez –proseguía Pérez Goyena– “no podemos dejar dormir en la noche del olvido y del silencio el tercer centenario de la muerte de este hombre extraordinario” (Pérez Goyena, 1917: 11). Por ello, la revista Razón y fe, en la que Pérez Goyena escribía, dedicó diversos artículos en conmemoración de dicha efemérides suareciana. Uno de ellos, cuyo título sonaba así, “Cátedras de Suárez en las Universidades de España”, recordaba que “el P. Suárez ha sido el único teólogo español, del que hubo cátedras en las tres Universidades españolas más principales de la antigüedad: en las de Salamanca, Alcalá y Valladolid” (Pérez Goyena, 1917: 11).
En 1946, E. Gómez Arboleya dedicaba un homenaje al Doctor Eximio con su Francisco Suárez, SI en la cercanía del cuarto centenario de su nacimiento. Decía Gómez Arboleya:
“Es necesario decirlo de una vez para siempre y sin vacilaciones: en el amplio horizonte de la sabiduría europea, la figura de Francisco Suárez es digna de ocupar con pleno derecho uno de los puestos destacados, y compararse, circunscribiéndonos a la Escuela, con aquella poderosa y grave del Aquinatense o con la otra torturada y aguda de Juan Duns Escoto, el Doctor sutil. Pues sí es seguro que ambos le superan en originalidad, no lo es menos que nuestro Eximio puede ostentar también prestancia, apoyada en singulares motivos: su vocación sistemática nueva y su sensibilidad para el legado histórico. Ojos miopes le han calificado de ecléctico […] Pero lo que nos ofrece no es, por estos motivos, enciclopedia o resumen, ni erudición o historia, sino algo que quizá con frase demasiado moderna llamaría el sistema escolástico de la verdad histórica” (Gómez Arboleya, 1946: XI-XII).
En su alabanza de Suárez Gómez Arboleya se manifestaba en deuda con Xabier Zubiri, Pedro Laín y con la Universidad de Granada, que nombrándolo Director de la Cátedra Suárez le obligaba a dedicarse más intensamente a la tarea de estudiar y difundir el legado doctrinal del Doctor Eximio (Cf. Gómez Arboleya, 1946: XIII ).
Más adelante, celebrando el cuarto centenario del nacimiento del Doctor Eximio, E. Pita llamaba la atención sobre algunos de los méritos intelectuales de Suárez, de entre los cuales destacaba la importancia del pensamiento jurídico internacional de Suárez, quien “con justo título es considerado como el verdadero fundador del ideal de la Sociedad de las Naciones, en su célebre tratado de Las Leyes y Dios Legislador […], donde el Doctor Granadino desarrolla su concepción de la comunidad internacional” (Pita, 1949: 569). Posteriormente mostraba Pita lo que en su opinión era la aportación de Suárez a la filosofía cristiana. En efecto, a partir de los fundamentos aportados por Aristóteles, Tomás de Aquino habría ajustado y perfeccionado el aristotelismo por medio de una metafísica de la creación y Suárez habría conferido a esa filosofía cristiana una actualización y un nuevo desarrollo. Los grandes principios de la filosofía cristiana resultante eran cuatro, en opinión de E. Pita: a) la objetividad del ser, b) el descubrimiento de la estructura acto-potencia como explicación del ser y del devenir, c) la posibilidad de alcanzar por vía analógica el conocimiento de algunos aspectos de Dios, d) la transcendencia de Dios respecto del mundo (Cf. Pita, 1949: 569). Para cerrar su conferencia afirmaba Pita: “Sea, pues, ésta nuestra conclusión final: en la construcción de la catedral de la filosofía cristiana Aristóteles ha aportado el material; Santo Tomás le ha dado el sentido de filosofía cristiana por su eje central de la metafísica de la creación; y Suárez ha traído el espíritu del dinamismo vital, por el que el tomismo perennemente se incrementa y renueva” (Pita, 1949: 574).
En un tono bien distinto de las alabanzas propias de las conmemoraciones y efemérides, dos autores de enorme talla intelectual han mostrado el valor y actualidad de Suárez. Se trata de Martin Heidegger y Xavier Zubiri, tras cuyas observaciones sobre la importancia indiscutible de la obra filosófica de Suárez no ha dejado de crecer el interés por ella. En este sentido advertía Heidegger en Ser y tiempo (1927) que con las Disputationes metaphysicae se había operado el trasvase de la vieja ontología griega a la moderna filosofía trascendental e incluso hasta la misma Ciencia de la lógica de Hegel (Cf. Heidegger, 1989: 32). Unos años después, en 1935, Zubiri ponderaba en un sentido semejante, pero mucho más matizado, el papel desempeñado por Suárez en la historia del pensamiento en general. Merece la pena reproducir el texto de Zubiri. Decía, en efecto, así:
“Desde sus más antiguas direcciones árabes y cristianas hasta el giro nominalista que adoptó francamente en el siglo XIV, y revistió caracteres inundatorios en el XV y XVI, no ha dejado escapar Suárez ninguna idea u opinión esencial de la tradición filosófica. Pero no se trata de un simple repertorio. La sistematización a que ha sometido estos problemas, y su originalidad al repensarlos, han traído como consecuencia que el pensamiento antiguo continúe en el seno de la naciente filosofía europea del siglo XVII y haya entregado a ella muchos de los conceptos sobre los que se halla asentada. Sólo el desconocimiento de Suárez y de la Escolástica ha podido llevar alguna vez al ánimo de los historiadores la convicción de que aquéllos han sido creaciones absolutamente originales del idealismo moderno. La influencia de Suárez ha sido, en este sentido, enorme. Cada vez transparece el hecho con mayor claridad y se iluminan nuevos aspectos suyos. Por lo demás, es ya archisabido que las Disputationes de Suárez han servido como texto oficial de filosofía en casi todas las Universidades alemanas durante el siglo XVII y gran parte del XVIII. Todo ello hace de Suárez un factor imprescindible para la intelección de la filosofía moderna” (Zubiri, 1935: 127-128).
Así pues, según Heidegger y Zubiri, Suárez es uno de los grandes artífices del trasvase del pensamiento antiguo en la naciente filosofía europea del siglo XVII. Éste es, en última instancia, el motivo principal de la modernidad y actualidad de la filosofía de Suárez, cuyas nociones de entidad y de realidad, fuertemente inspiradas en Escoto, según L. Honnefelder, se han proyectado en autores como Descartes, Leibniz, Wolff, Kant, Hegel, Husserl, e incluso Peirce (cf. Honnfelder, 1990: ix-xxiii), dando origen a un poderoso influjo de Suárez sobre la antropología, la filosofía jurídica y la filosofía política modernas.
Pero pasemos a exponer un sucinto apunte biográfico de Suárez.