Resumen
El presente trabajo tiene como objetivo presentar en el relato de El hobbit de J.R.R. Tolkien cuáles son las virtudes que se requieren para ejercer la fe como el modo en que nuestras elecciones hagan emerger de la vida la verdad y un sentido último, pero que no se expresan de modo directo, sino como un flujo del tiempo. Esto quiere decir que Tolkien tanto en su idea del relato fantástico como en la configuración de la historia y del carácter de sus personajes, nos presenta la fe y la libertad como dos ámbitos que se requieren mutuamente para realizarse. Así en este texto primero se muestra una reflexión sobre el sentido del relato fantástico y la recuperación del tiempo, segundo en qué sentido la aventura de Bilbo Bolsón es la de la fe, y tercero como la historia se puede comprender como el crecimiento de las virtudes de la fe en tres pruebas que Bilbo debe enfrentar: Gollum, Smaug y el regreso.
1. Relato fantástico y recuperación del tiempo perdido
¿Qué sería de nuestra existencia si solo consistiera en un paso indiferente, como el paso de las hojas de la primavera al otoño? ¿Qué sería de nuestro conocimiento si solo considerara verdad aquello de lo cual puede tener una certeza científica? ¿Qué serían nuestras creencias, valores y virtudes si solo creyéramos lo que podemos ver y nombrar con los sentidos? La existencia sería un mero pasar, el conocimiento un método mecánico y la creencia una simple evidencia, es decir, la existencia aburrimiento, el conocimiento recopilación de datos y la creencia desesperación hasta que el tedio y la indiferencia se vuelvan los hábitos por los cuales una sombra oscura traspase todas las creaturas del bosque –como se relata en El señor de los anillos– convirtiendo su bondadosa naturaleza, en horrendas creaturas de la mentira, ¿cuál mentira? La de ser dueños y poseedores del tiempo y la eternidad.
Este escenario no es fantasioso, sino los hechos de la historia o del terror de la historia como decía el pensador rumano Emil M. Cioran, en el cual el mal triunfa, desde los relatos históricos en el antiguo testamento y las noticias de los últimos tiempos. ¿Existe acaso una puerta de luz, un vestigio de la esperanza que cure el pasado, que redima el futuro, un sendero dentro de este Bosque Negro? ¿De qué modo podemos vencer la mentira cuando ésta se ha hecho sistema y ha dado lugar a creaturas como el Dragón Smaug que de forma codiciosa retiene un tesoro que no es suyo en el aislamiento de la montaña más lejana de la geografía de la Tierra Media? ¿Existe un modo de recuperar ese tiempo perdido, de esa conciencia eterna que nos vincula con lazos sagrados durante el tiempo a la verdad? Porque como decía el filósofo danés del siglo XIX Søren Kierkegaard, si todo lo que ocurre fueran actos inconscientes y estériles, «si un eterno olvido siempre voraz hiciese presa en todo y no existiese un poder capaz de arrancarle el botín ¡cuán vacía y desconsoladora no sería la existencia! Pero no es este el caso, y Dios que creó al hombre y a la mujer, modeló también al héroe y al poeta». (Kierkegaard, 1998, p. 11). Nos dio a Tolkien y a Bilbo, a Tarkovski y el cine; es mediante el relato poético en sentido amplio como narración, como creación o sub-creación artística que el mundo puede ser re-encantado (Fernández Biggs, 2003, p. 67), solo un Bilbo podía robarle el tesoro que nos pertenece a la mentira de Smaug y a las tentaciones del anillo de Gollum.
El poeta, nos dice Kierkegaard, es aquel que si bien no puede llevar a cabo las hazañas del héroe sí es el genio de la evocación, el gran enemigo del olvido, mediante el recurso de la fantasía o el mito. El poeta es como si fuera lo mejor del héroe, pero sin la actualidad del mismo, por eso puede poner en claro sus cualidades, su historia, su realidad. El poeta, como decían los románticos, puede con la fantasía hacer explícitos los sentidos de lo que existe en su devenir temporal. Es un modo de mirar lo que el mundo es, ha sido y sobre todo lo que puede ser, y por ello invita a quien lo escucha a creer que lo recreado es posible y elegirse a realizarse dentro de esa historia.
La fantasía suspende el nivel de los hechos, pero recrea en el nivel de lo posible, es decir, de lo que la realidad es en su consistencia y esencia eterna, aunque no haya sido realizada en un tiempo y espacio concretos, en su amplio horizonte de sentido que representa la eternidad. La creación fantástica, como decía Tolkien, es un derecho humano (Tolkien, 2002b, p. 176; Fernández Biggs, 2003, pp. 66-67) porque a semejanza de quien hemos sido creados recreamos los horizontes de sentido y de posibilidad de lo que existe, por ello la fantasía, en ese sentido, recrea la verdad en el tiempo, pero no siendo esclava de los hechos. Por ello la creación fantástica, y en este sentido la literatura, no es una copia o imitación de lo real identificado con los hechos, sino la repetición de los horizontes de sentido que comprenden a los hechos, y de esta forma son un trazo de su plenitud, de su verdad. La fantasía no es así simple “imaginación fantástica”, como un sucedáneo de la mentira, en la cual se crean mundos alternos a los hechos pero sin las condiciones de su realización. Es un recrear su sentido que da ocasión a la condición de la libertad de cursar de nuevo el horizonte de realización y por tanto de aprender a creer de nuevo más allá de los hechos, más allá de un tiempo y espacio determinados, de ese modo el tiempo se puede recuperar.
Por eso para Tolkien el relato fantástico, dentro del contexto desesperanzador de la literatura de su tiempo, tiene una doble virtud: primero, liberarnos de las ataduras de los hechos, entendidos como cierre del espacio significativo, como fueron dados en un determinado tiempo y cuya atadura nos obsesiona con la certeza de que no pueden ser de otra manera; por tanto la fantasía nos abre al sentido de la responsabilidad de la libertad en la realización de la historia y segundo, la fantasía nos dice que somos a imagen y semejanza de un creador: recreadores del sentido del mundo.
La verdad no está en los hechos sino en el descubrimiento de qué los hizo posible, en la comprensión de la propia condición o situación humana en la que se dan las posibilidades de un sentido completo, los hechos son solo modos de darse en un tiempo y espacio específicos. En este sentido la verdad se encuentra más en el relato fantástico que en la crónica de los hechos, y por tanto el relato fantástico hace posible que como lectores o escuchas o espectadores podamos reduplicar en nuestro propio tiempo las condiciones eternas de realización y así dar mayor luz sobre la verdad, y vencer de alguna forma la mentira.
Mientras la verdad la reduzcamos a la forma de sus hechos no habrá forma de comprendernos en ella, y en ese sentido no hay verdad alguna. En cambio, con el relato fantástico esa verdad se hace disponible para nuestro tiempo y llega a habitarnos de algún modo, por lo que podemos comprendernos en la verdad que representa, recreando el mundo que nos ha sido dado.
Los hechos nos esclavizan a vivir reducidos a una condición del mundo, la fantasía nos conecta con la posibilidad de comprender que nuestra existencia tiene un sentido mucho más amplio que la del tiempo y el espacio. Este relato fantástico es el que hace posible que podamos mediante nuestras elecciones conectar el ámbito de nuestra finitud con el amplio horizonte de lo posible, o para decirlo de otro modo, el significado concreto de nuestra existencia con el sentido total de la historia. La historia, es así, no los hechos que han ocurrido en el tiempo, sino la relación entre ese horizonte eterno con la singularidad del devenir de la libertad en el presente de su relato, configurándose en una historia concreta, en un tipo de temporalidad.
En otras palabras, los relatos fantásticos buscan hacer que el tiempo de la historia que ha ocurrido en el ámbito de un tiempo mítico o fuera del tiempo propio pueda ser contemporáneo con nuestro propio tiempo y nos habite, no por los hechos, sino por el horizonte de comprensión y la verdad que representa. Este tipo de verdades son las que solo se comprenden en el modo en que ellas pueden devenir, es decir, en su modo de realizarse. En otras palabras, el relato fantástico pretende hacernos creer de nuevo en un contexto de incredulidad y este creer de nuevo es lo que conecta la realidad posible como prefiguración de la verdad en el relato y la historia concreta de cada individuo, dejando de ser una mera especulación o un tiempo vacío, convirtiéndose en una historia real, es decir, en temporalidad, por eso nos dice Kierkegaard que la fe es el órgano de la historia (Kierkegaard, 2007a, pp. 90-92), porque al creer en lo pasado éste se hace incierto en su forma de haber sido y se hace cierto su horizonte de posibilidades, abriéndose a un nuevo porvenir. En el acto de fe es donde el pasado es premisa del porvenir y el porvenir destino del pasado en el presente mismo en el que se cree; de nuevo no en cuanto un hecho en específico, sino en cuanto a un modo de comprenderse y posicionarse ante la existencia como una conversión interior.
Esto es para Tolkien la esencia de los relatos míticos e incluso del Evangelio, porque como decía Mircea Eliade, en todos ellos no se pretende solo recordar un hecho o un momento, sino estar en presencia con el sentido completo de la historia en su origen que le da sentido a nuestro presente y en las posibilidades futuras que le otorga, es decir, para ser contemporáneos con la verdad, porque la verdad en este sentido no puede ser reducida solo a las categorías de la objetividad del intelecto sino que debe ser comprendida en su modo de realizarse en un sujeto, en este caso, en el propio que lee el relato. La fantasía es así, un modo de comunicación o de plenificación de la verdad en la medida en que nos mete en una historia que podemos comprender y experimentar un porvenir en la propia actualidad, para ponernos en situación de creerlo. Como nos dice Braulio Fernández Biggs: «Se trataba de nombrar las cosas de nuevo, de volver a darles vida, pues habían muerto». (Fernández Biggs, 2003, p. 75). La fantasía es un modo de recobrar la visión original de la realidad y en ese sentido es un propedéutico de la fe (Tolkien, 2002b, p. 178).
Los relatos de Tolkien, en particular El hobbit, pretenden hacernos contemporáneos con un modo de ser de la verdad acerca de la situación humana que es la fe, la cual no puede ser comprendida del todo por los tratados de sus conceptos o de su fijación en tiempo o espacio, sino en re-cursar de nuevo el horizonte de sus posibilidades.