1. Introducción
La pandemia del coronavirus declarada en marzo de 2020 se convirtió en un fenómeno de
análisis global en muchos aspectos, dentro de los que está la comunicación pública. En cuanto
amenaza desconocida que afectó a todo el mundo a una velocidad y gravedad inusitada, el
miedo tuvo una centralidad en la pandemia (Camezzana et al., 2022). Como expresión social
ante la incertidumbre, el miedo es utilizado en situaciones críticas como factor motivador para
el cumplimiento de normas extraordinarias.
Durante la pandemia, la falta de información o el miedo a la muerte fueron factores de
impacto psicológico en los ciudadanos (Molero et al., 2020). Algunos estudios han demostrado
que el miedo a la muerte despertó una obsesión por conocer más información sobre el
coronavirus (Ramos-Vera y Serpa, 2021; Silverio-Murillo et al., 2021). Esta obsesión no solo
era expresión del temor por la situación en sí, sino que también se relacionaba con cierta
anticipación del temor de lo que pudiera ocurrir (Hernández y Rojas, 2021). Así, el miedo ha
afectado de forma distinta a diferentes colectivos (Etxebarriet et al., 2020). Por ejemplo, las
cuestiones que más han preocupado a los estudiantes jóvenes fueron el contagio o fallecimiento
de familiares y amigos, así como la interrupción de la trayectoria académica (Szapu
et al., 2022). Por su parte, los confinamientos significaron suspensiones en las actividades
económicas, con la consecuente amenaza a buena parte de la población de pérdida de empleo
e inestabilidad económica (Víquez et al., 2020).
Para el filósofo Thomas Hobbes (1651), la capacidad del gobernante para anticiparse es
la receta para controlar la incertidumbre que genera a los ciudadanos una situación de temor.
Según este autor, la gestión de las emociones es la única forma de que no haya un estímulo
exterior que genere la sensación de peligro en la población. Ante la indefensión de los ciudadanos
ante posibles amenazas, es el poder, al que Hobbes llama el Leviatán, el que se erige
como protector (Gutiérrez, 2020), gracias a lo cual puede legitimar sus acciones. Desde esa
perspectiva, el temor individual puede convertirse en emoción colectiva cuando una comunidad
enfrente una situación de emergencia como la crisis sanitaria del coronavirus (Grupo de
Investigación Corona Social, 2020).
El miedo es una emoción básica que se genera a través de la percepción de amenaza,
peligro o dolor, real o presunta. Las emociones son reacciones psicofisiológicas espontáneas,
cuya manifestación perceptible expresa una reacción y representa modos de adaptación
de las personas. Los estudios de neurociencia identifican seis emociones primarias, que
son alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco (Damasio, 2018). Dentro de ellas, el miedo
ha cobrado interés como correlato de las reacciones de indignación y de furia que atraviesan
la política del siglo xxi (Nussbaum, 2018).
Históricamente, el miedo fue un factor fundamental en las estrategias de propaganda (Domenach,
1986), en la medida en que el componente irracional es parte de los mecanismos de
la manipulación (Berger, 2020) y la publicidad, desde los primeros estudios de la psicología
(James, 1985; Lippmann, 1925). La comunicación pública ha sido abordada tradicionalmente
desde la perspectiva racional, aunque en los últimos años la sociología empezó a incorporar
la variable emocional (Bericat, 2000, 2016; Castells, 2009).
Las emociones también son variables que permiten comprender los fenómenos de instrumentalización
de la desinformación (Manfredi et al., 2022). El temor vuelve a los individuos
seres pasivos a la hora de tomar decisiones o acciones, por lo que el miedo puede ser utilizado
como táctica de persuasión para «controlar a las masas» (Cárdenas y Lozano, 2021). El
uso de la desinformación como instrumento para generar incertidumbre y facilitar la manipulación
tiene antecedentes en la comunicación pública y la diplomacia (Rodríguez, 2018). Pero
ha ofrecido numerosos ejemplos durante la pandemia (Casino, 2022), especialmente de uso
deliberado de Gobiernos de Argentina, Brasil, Nicaragua, México, El Salvador y Venezuela
(Torrealba et al., 2022). Por caso, el contexto de amenaza de contagio permitió al Gobierno
argentino justificar con desinformación y falta de evidencia científica la vacuna rusa Sputnik V
(Amado y Rotelli, 2022) gracias a la propaganda deliberada en redes y medios también que
se registró en México y Venezuela (Linvill et al., 2022).
El miedo es también un componente central en las situaciones de riesgo y la gestión de
la comunicación que demandan. En estos contextos, la comunicación se convierte en una
herramienta de las instituciones para contrarrestar los miedos de los ciudadanos y transmitir
tranquilidad y seguridad (Vernetti, 2020). De ahí que la comunicación pública facilite el cumplimiento
de las medidas sanitarias por parte de la población por cuanto ayuda a aminorar la
ansiedad e incrementa la capacidad de resistencia (Aleixandre-Benavent et al., 2020). Por
el contrario, su deficiencia puede acarrear «una pérdida de confianza y reputación, impactos
económicos y, en el peor de los casos, pérdida de vidas» (Hoya y Zapatero, 2022).
Cuando la ciudadanía no tiene orientación de cómo actuar ni sabe cómo van a gestionar
la crisis las Administraciones, el miedo potencia la sensación de incertidumbre (Losada et
al., 2020). Por esta razón, la comunicación de los organismos públicos es un factor esencial
para transmitir bienestar y tranquilidad a partir de una información que evite la incertidumbre
que puede conducir al pánico. De esta forma, la sociedad responde de manera positiva ante
la amenaza al cumplir las medidas gubernamentales, en la medida en que la comunicación
facilita la comprensión de las normas del Ejecutivo, y así los ciudadanos están más abiertos
a aceptarlas y, por consiguiente, a cumplirlas (Llano y Águila, 2020).