El catedrático de la Universidad de Málaga, Bernardo Díaz Nosty, impulsor y Director en los años noventa de varios informes realizados por Fundesco y la Asociación de Periodistas Europeos sobre el papel de los medios de comunicación en la construcción europea así como la imagen proyectada por dichos medios sobre esa realidad, aborda en este caso un interesante estudio que pone de relieve una hipótesis de partida que es la de la existencia de un déficit mediático en España, que estaría relacionado no tanto con barreras económicas sino con el que el autor denomina “diferencial de conocimiento o distintas sedimentaciones mediático-culturales”.
A lo largo de casi 300 páginas y utilizando el análisis comparado los resultados nos muestran la imagen de “dos Europas mediático-culturales”, con dietas claramente diferenciadas: por un lado la del sur de Europa, donde se encontraría España, “rica en ingredientes audiovisuales”, orientada al espectáculo y el entretenimiento, frente a países del centro y norte de Europa con una más dieta rica en otros ingredientes como periódicos, revistas y orientada a la información. Los dos polos de esta dualidad europea se fijan en los casos de España y Suecia.
El libro está estructurado de forma muy equilibrada en tres grandes capítulos de aproximadamente la misma extensión más una breve introducción, que van de lo general a lo particular. Del diferencial del conocimiento al análisis de la convergencia mediática en la Unión Europea, para concluir con el caso español y sus características.
La hipótesis del diferencial del conocimiento fue formulada en los años setenta por tres sociólogos norteamericanos de la Universidad de Minnesota constatando la existencia de una relación entre las clases, el hábitat y los consumos mediático-culturales. Para Díaz Nosty sin embargo habría que ajustar esta hipótesis del diferencial con el plano de la formación y el conocimiento previos. En este sentido asegura que “no se trata de confrontar estrategias de clase, sino constatar la existencia de capas sociales desiguales en cuanto a sus prácticas culturales”.
Tras analizar los códigos que utilizan los medios así como las audiencias más sensibles el autor desemboca en la llamada dependencia audiovisual ejemplificado en el caso español donde “la recepción de la televisión se sitúa en torno al 72 por ciento del total de los consumos mediático-culturales, porcentaje que desciende por debajo del 50 por ciento en el caso de Suecia”.
En el segundo capítulo titulado“La convergencia mediática en la Unión Europea” se explican las bases y criterios para llevar a cabo el análisis comparado. Los datos utilizados proceden de una encuesta realizada en otoño de 2001 sobre una muestra de 16.200 individuos sobre las prácticas culturales de los europeos. Y los datos empleados en el análisis de contraste proceden básicamente del Eurobarómetro. Se fijan dos planos comparativos de hábitos y consumos mediático-culturales: España con el conjunto de la Unión Europea y con respecto a Suecia.
La comparación de los gastos culturales de los hogares europeos ponen de relieve “dos hechos sorprendentes que sitúan a España en una posición crítica. El primero, que el gasto de los hogares españoles con mayor poder adquisitivo en cultura es el más bajo de la UE, inferior incluso al de Grecia. El segundo, aún más relevante si cabe, que el gasto del 20 por ciento de los hogares españoles con mayor capacidad de compra es inferior al de suecos, daneses e irlandeses pertenecientes al segmento socioeconómico menos favorecido”.
Es, no obstante, en el hábito de la lectura de periódicos donde análisis comparativo arroja mayores diferencias en cuanto a la dieta mediática en Europa: “El índice medio de difusión de los cuatro países del norte es de 323,1 ejemplares por 1.000 habitantes, 3,5 veces superior al de las cuatro naciones del sur (93,7)”. Las diferencias entre el norte y el sur se refieren también al porcentaje de mujeres lectoras que muestra que cuanto más bajo es el índice de consumo menor el número de lectoras, y lo mismo sucede con los jóvenes lectores. Y la razón de estas bajas cifras no tienen tanto que ver con el precio del periódico como con los hábitos previos o la inexistencia de políticas públicas.
Otra diferencia en el consumo de medios se refiere al tiempo que pasan los españoles frente al televisor, que es un 34% superior al que dedican los suecos, y que se acerca a las tres cuartas partes del conjunto de prácticas y consumos. Para el autor la televisión en España ha sufrido “la degradación intervencionista gubernamental” que ha conducido a una baja credibilidad de este medio, que los estamentos más exigerntes han buscado en la alta calidad de la prensa española de referencia. Se explica así la llamada paradoja de Merril, según la cual a pesar del bajo número de lectores la prensa española tiene credibilidad y calidad.
El tercer gran capítulo del libro analiza el sistema español de medios y de alguna forma reitera algunas ideas expuestas anteriormente. Es especialmente crítico con la falta de cumplimiento por parte del sector audiovisual, incluidos los operadores públicos, de las directivas europeas “que deberían haber servido para mantener una ley de mínimos”, así como las dificultades para la creación de un Consejo Audiovisual.
El autor agrupa en 11 los rasgos del sistema español de medios que reflejan ese déficit democrático, como son: El peso dominante del emisor, perfil comercial, la orientación al entretenimiento y espectacularización de la información, la valoración del profesional según la audiencia, el abandono de su papel por parte de la televisión pública, la gubernamentalización de los informativos públicos, diferencias de consumo mediático entre el norte y sur de España, el abandono de responsabilidad social en las prácticas mediáticas, la ausencia de instancias de regulación y autorregulación, la degradación mediática de la lengua española y la escasa organización profesional y ciudadana en torno a los valores de la calidad. Todo este déficit conduce a la hipótesis de la democracia degradada.
El sistema de medios español, según la clasificación de Hallin y Mancini realizada en cuanto a la relación que estos mantienen con los sistemas políticos, correspondería al modelo de “pluralismo polarizado” que consiste en una prensa de baja circulación y políticamente orientada, gubernamentalización de los medios, baja profesionalización y desregulación salvaje.
En definitiva, en este libro se demuestra que la velocidad de la convergencia económica es mayor que la cultural que requiere otro tipo de estímulos. En el caso de España en concreto es necesario un consumo mediático-cultural más diversificado y equilibrado, para superar esa falta de convergencia mediática, que produce como consecuencia carencias en la cultura democrática.
Díaz Nosty reabre no sólo el debate académico siguiendo la línea de sus trabajos de los años noventa, sino que aporta vías y soluciones para corregir ese déficit que puede tener consecuencias tan graves o mayores que las derivadas de la ausencia de una convergencia económica en Europa.