1. Introducción
La redacción de este estudio nos encuentra en una época propicia para comprender de cerca las situaciones que en este artículo vamos a relatar. Nada más ni nada menos que una pandemia. La covid-19 se convirtió en el escenario perfecto para hacer uso del miedo de manera implícita como mecánica de control social. En este sentido, ha quedado expuesta la máxima que indica que el fin justifica los medios, y también los miedos.
En este clima donde reina la espectacularidad, las cifras encuentran su escenario propicio para brillar. Se han vuelto las estrellas del show. Estas, seguidas de las estadísticas y de todo tipo de herramientas cuantitativas, han de ocupar pantallas con un objetivo último que cala más profundo que el informar: sirven al fin de alarmar. Así lo sostienen los editores de esta revista: «En la era del big data, de lo cuantitativo, los datos son la mejor arma para la comunicación del miedo» (Comunicación y Hombre, 2022). El lenguaje bélico es otra de las herramientas que responde a crear clima de hostilidad. Cada palabra que se pronuncia lleva consigo una intención. No hay casualidades en el tejido de la comunicación.
Por otro lado, nos encontramos con la figura de un enemigo común: el virus. Difícil sería cuestionarlo ante la evidencia. Sucede que, dentro de esta guerra, han ido surgiendo diferentes enemigos en forma de personas, hábitos, lugares geográficos y hasta del orden de las convicciones. Poco a poco, fueron quedando escasos lugares seguros, pues la incertidumbre y la desconfianza se apoderaron de la escena. Difícil será olvidar la época en que se volvieron dicotomías conceptos inseparables como el abrazo y la amistad, la caricia y el cuidado, la unión y la esperanza. Las escuelas ya no eran prioridad, los hospitales no inspiraban sa- nidad y lo establecido ya no era una opción. El temor era inminente. La culpa, protagonista. El peligro era de todo lo que se hablaba y las consecuencias lo único certero. Un verdadero escenario de miedo.
En esta película, no había rostros, ni amigos ni enemigos. Simplemente no había. Había virus, había cuerpos, había números (hemos dicho: muchos números y muchas más cifras), había noticias y había unos pocos héroes, sin rostro, con mascarilla. El temor hacia lo invisible se extendió con la fuerza de la violencia, y con la de la evidencia. Esa violencia propia de una catástrofe, del desconcierto y de la confusión repentina. Esa evidencia que desenmascaró la falta de pragmatismo y la vulnerabilidad de nuestros sistemas sociales.
Cierto es que ―más pronto que tarde― los diferentes actores clave de la comunidad mundial advirtieron de que ese temor hacia lo invisible, tan instalado, los facultaba de tal modo que podían ejercer mecanismos extraordinarios de control sobre cuestiones difícilmente cuestionables en los sistemas democráticos actuales. E, intereses mediante, no dudaron en utilizar este as que el mazo había barajado. Los medios de comunicación y los actores políticos, a lo largo de las pujas de la historia, han ejercido su poder con el miedo como herramienta aliada. No se trata de una novedad, sino de una adecuación de circunstancias experimentadas por el hombre desde sus orígenes.
Según han aportado diferentes ciencias, el miedo es entendido biológicamente como un sistema capaz de adaptarse para funcionar como un mecanismo de supervivencia y responde a fines de defensa ante situaciones que exigen actuar velozmente y con eficacia. Por su parte, la propia retrospectiva histórica nos hace comprender que el miedo es un elemento causante y consecuente de las cuestiones sociales y culturales que dan vida a la sociedad.
Es esta premisa la que desarrollaremos a lo largo de diferentes apartados, cada uno de los cuales pretende profundizar sobre un aspecto vinculante clave del rol del miedo en el orden social. En este sentido, tomamos la base que nos aporta explicar el concepto del miedo en su estado puro. Luego, continuamos con la explicación de tres aristas que nutren la comprensión del objeto de estudio; estas sitúan el miedo como una emoción básica, como parte fundadora del orden político y como actor clave en la construcción social y en la experiencia cultural.
¿A qué tenemos miedo? Es la pregunta que guía la continuación del artículo. En esta sección, surgen rastros de que tenemos miedos interiores y miedos exteriores, estos últimos propios de la cultura. Por consiguiente, el próximo tema que desarrollar es el vínculo que existe entre la cultura y el objeto de estudio que nos convoca.
Continuando en la indagación de cuestiones esenciales del miedo, encontramos su comunicación. Esta se da de manera interconectada y dependiente respecto de la esfera pública y los medios de comunicación, vértices que también desarrollaremos. De la misma manera, es preciso tomar conciencia acerca de la particularidad de la cultura ―especialmente mediatizada― y sobre la puntual relación existente entre los miedos y los medios.
Para concluir, hemos de reflexionar acerca del miedo y su impacto en la forma de vida en la amplia gama generalizada de contextos convivientes en la actualidad.