1. Introducción
El sentimiento de miedo, como motor de las actitudes y comportamientos humanos, ha adquirido en los últimos años un renovado interés en el análisis de los fenómenos colectivos. En particular, podemos encontrar una centralidad sin precedentes en el campo de los estudios de comunicación, dirigidos a redefinir el papel que ejerce en las opciones de información y comunicación política. Esto se justifica en consideración de procesos que insisten en la lógica de la noticia, en la definición de agendas mediáticas y políticas y en la construcción de la realidad, normalizando la referencia al pánico colectivo. Estos procesos se han convertido, de hecho, en ingredientes de una estrategia de comunicación generalizada, principalmente en periodo electoral, pero también ante otras emergencias que contribuyen a potenciar el sentimiento de miedo en aras de la legitimidad política.1
2. El lugar del miedo en los fenómenos colectivos: Una premisa teórica
Para conceptualizar este sentimiento y captar las dimensiones que nos permitan utilizarlo en el análisis de los procesos sociales, culturales y políticos, es necesario recurrir a una literatura que parte de más lejos y se alimenta de distintas perspectivas. Este paso nos permite superar esa fase de alejamiento del tema que ha llevado a una especie de «silencio sobre el miedo»2 como respuesta de las ciencias sociales a la dificultad de frenar la multidimensionalidad intrínseca con la que se presenta el fenómeno. Para ayudarnos en esta dirección, está la reflexión de Delumeau (1987), quien, al contextualizar el tema en el mundo occidental del siglo XX, sostiene que en el mundo contemporáneo el miedo se ha convertido en «la emoción de lo posible» y la contrapartida de la libertad. Ya no el miedo a un objeto específico que se pueda enfrentar, sino la angustia que pone en entredicho la facultad de la imaginación «propia del hombre» para producir y transmitir la idea de peligro. De ahí «un sentimiento de inseguridad global», vivido como una espera dolorosa ante peligros tanto más temibles cuan- to menos identificados están (ibíd., p. 27). Para intervenir en el contínuum entre el miedo, la angustia y la desorientación, y para contener los traumas colectivos que se derivan de la fluctuante inseguridad, según Delumeau, Occidente ha experimentado a lo largo del tiem- po la transformación y la fragmentación de este sentimiento confuso en «miedos concretos a algo o a alguien» que, precisamente por su identificación más simple, parecen tener una solución más inmediata.3 Esta es una línea interpretativa interesante no solo porque nos lleva a reubicar el tema del miedo, sino también porque puede aplicarse a escenarios contempo- ráneos y a los procesos de comunicación e información sobre fenómenos emergentes.
Sin embargo, esto no es unicum. De hecho, volviendo la mirada al pasado, ya encontramos el reconocimiento del poder de impacto del miedo sobre los macro- y microfenómenos, gracias a filósofos, sociólogos y politólogos, unidos por una capacidad inédita de entrar en la complejidad de lo humano y, a partir de ahí, empezar a arrojar luz sobre las paradojas de la historia, la sociedad y la política. Sea suficiente pensar en la insicuritas de la condición natural descrita por los filósofos del 600 y 700, y en particular en el estado de bellum omnium contra omnes, considerado por Hobbes el origen del Estado,4 o en la investigación freudiana sobre la civilización como nicho protector. Pero también en los residuos de Pareto: instintos, pasiones, impulsos que generan acciones y reacciones de individuos y grupos de individuos, así como la necesidad de racionalizarlos, encubrirlos o justificarlos.
Guglielmo Ferrero también insiste en la complejidad del miedo, sobre cuya reflexión, a nuestro juicio, merece la pena detenerse, ya que aporta a este sentimiento tanto la fragilidad del alma humana como las contradicciones y efectos perversos de las acciones y funciones sociales. Según Ferrero, la historia tiene como hilo conductor el intento de librarse del mie- do, pero cada fase de esta lucha (hasta la construcción de las armas), paradójicamente, se revirtió sobre la humanidad misma, creando un nuevo y creciente estado de inseguridad. De hecho, el uso de la fuerza hacia la que conduce el miedo asusta tanto a quien lo sufre como a quien lo ejerce.
Desde esta perspectiva, el tema es central en Poder, la obra de 1942 en la que el miedo no es solo una debilidad humana frente a los peligros del universo, sino el resultado del ejercicio de un poder ilegítimo que se aterroriza a sí mismo. «Imposible asustar a los hombres sin acabar teniendo miedo de ellos. De esta ley ineluctable del espíritu humano proviene el mayor tormento de la vida, el miedo mutuo al poder ya sus súbditos» (Ferrero, 1981, pp. 384-385). Así, sale a la luz un elemento esencial del miedo: el que surge del uso de la fuerza, que no es más que el miedo en acción. Los hombres se temen recíprocamente, tanto porque «el hombre es el único capaz de construir herramientas para destruir la vida» como por la dificultad de discernir entre la realidad y la imaginación y reconocer los peligros que representan una amenaza real.