Resumen
La educación positiva implica una disciplina sensible y se define como un comportamiento de los padres basado en el interés superior del niño que ofrece una guía y orientación, involucrando el establecimiento de límites para permitir el pleno desarrollo del niño. La educación positiva se centra en el fortalecimiento y el empoderamiento de los padres y las familias mediante la mejora de la ecología de la educación y la promoción de las competencias de los padres. Los padres necesitan apoyo informal y formal para realizar sus tareas de educación, especialmente aquellos que viven en circunstancias adversas. El documento presenta un escaparate de pautas psicológicas para la promoción de un marco de colaboración en el contexto de la asociación investigación / familias / servicios. Se describe cómo la implementación de programas de educación basados en la evidencia entregados a través de las visitas domiciliarias podría ayudar a los padres en su función de educación. Además, se ilustra uno de los programas actuales más efectivos para padres, denominado Intervención de retroalimentación con video para promover la paternidad positiva y la disciplina sensible (VIPP-SD) como un ejemplo de una manera fructífera para mantener el bienestar del niño y la familia a través de intervenciones de educación fiables.
Posteriormente se discute para quién y bajo qué circunstancias este tipo de programa educativo ha demostrado ser eficaz y cuáles son los principales resultados de investigación obtenidos. Una observación concluyente subraya los beneficios a largo plazo de abordar las fortalezas y recursos de los padres, en lugar de los problemas y las dificultades, para lograr resultados más prolongados en el mantenimiento de la función y las tareas de los padres.
1.Qué es la disciplina sensible
Ya es patrimonio cultural compartido, gracias a la contribución de la teoría del apego, el hecho de que el bienestar y el desarrollo del niño dependen, en gran parte, de la sensibilidad con la que el padre vive y gestiona los intercambios cotidianos con su hijo (Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, 1978; Bowlby, 1982; 1988). Sensibilidad, en el significado que presentamos, quiere decir básicamente dos cosas: la primera es ser capaces de escuchar, de “ser conscientes” de los mensajes y las señales comunicativas que llegan del niño de forma precisa, aunque sean leves o estén escondidos, o incluso aunque sean demasiado intensos. La segunda es ser capaces de responder rápido y de manera adecuada, sin tergiversar lo que se tiene ante sí, y en un tiempo apropiado para que el interlocutor pueda asimilar la respuesta y responder a su vez. Nos planteamos aquí cómo estos dos aspectos de la sensibilidad no son tan fácilmente accesibles para los padres ocupados en el día a día con su hijo. Parece una afirmación obvia sostener que un niño crece psicológicamente más fuerte y sano si puede apoyarse en padres sensibles, pero en realidad lo obvio no siempre se traduce en evidencia y, muy a menudo, en las prácticas educativas de todos los días, los padres se enfrentan a retos y a momentos de dificultad que no ayudan a poner en práctica comportamientos sensibles.
Si la sensibilidad es el aspecto de las interacciones familiares que fomenta un clima emotivo positivo y que facilite el intercambio —y se encuentra entre los elementos de lo que en psicología se define como “positive parenting”—, la disciplina constituye la otra cara de la moneda y evoca al conjunto de indicaciones, prohibiciones, exigencias y reglas que, sobre todo en la infancia, a menudo utilizan los padres. La investigación psicológica ha mostrado cómo, en el trascurso de un solo día, los “encuentros disciplinarios”, es decir, los momentos en los que el padre dice un no, impone una regla en vez de dar una indicación, suman más de cien. Así pues, son muy frecuentes en la vida familiar los intercambios que requieren el respeto de la disciplina. Patterson (1982) ha formulado algunas sugerencias importantes para intentar que un mensaje disciplinario sea más eficaz, defendiendo que la estrategia coercitiva que el padre puede adoptar para intentar que el niño respete lo que le está pidiendo, incluidos pulsos, chantajes, castigos o amenazas, no es en realidad muy eficaz y no consigue el objetivo principal que persigue el mensaje disciplinar: hacer que el niño respete lo que el padre está pidiendo y aprenda haciendo suyo el mensaje que recibe. De hecho, la estrategia coercitiva se enfrenta al límite de crear “ciclos coercitivos” en los que la atención se dirige a lo negativo; es decir, a lo que no funciona, en vez de a lo que funciona, consiguiendo el efecto paradójico de “reforzar” los comportamientos negativos que se querían limitar o extinguir.
Aquí entra en juego el concepto y la praxis de la “disciplina sensible” que busca conjugar una actitud sensible con el respeto y la firmeza de las reglas disciplinarias: en lugar de reforzar y detenerse en lo que no funciona, el padre que utiliza la disciplina sensible privilegia actitudes basadas en explicar de lo que se está pidiendo, en ver de qué forma su hijo podrá aplicar un comportamiento positivo, eventualmente recordando las veces en las que lo ha hecho en el pasado, y en alabar incluso los pequeños progresos en la dirección esperada. De estas actitudes nace la afirmación que dice que «es mejor alabar a tu hijo por lo que está consiguiendo hacer que regañarlo por lo que no hace».
No obstante, ahora veremos cómo estas indicaciones, que podrían considerarse incluso de sentido común, pueden convertirse en una verdadera técnica y un modelo de intervención con los padres.