1. Introducción
El miedo es una emoción común, esperable, básica. Todos, en diferente medida, lo hemos experimentado. Es una respuesta fisiológica innata desde que nacemos, factor protector y socializante con un papel clave para la supervivencia (Pérez-Grande, 2000).
Tengo muchos pensamientos intrusivos constantemente, me obsesiono con pensamientos negativos acerca de mí y de lo que los demás piensan de mí. Esto me produce bloqueos a nivel social, académico, personal… y a veces me impide realizar lo que tengo pendiente en mi día a día con normalidad. Vivo con miedo a tomar decisiones. He tardado casi dos años en hacer el TFG porque no era capaz de sentarme en la silla, me entraba ansiedad, tengo que hacer otro ahora porque es un doble grado y aún no he sido capaz de ponerme.
El miedo aparece en determinadas situaciones, en su mayoría amenazantes o peligrosas para la integridad de la persona. El miedo, a su vez, es una reacción corporal que vivimos como un estado de excitación y tensión. Por ello, es concebido como un fenómeno motivador y socializante (Adolphs, 2013; Pérez-Grande, 2000). Es miedo es normal, habitual. Lo sentimos todos desde que nacemos. Las reacciones más primarias que aparecen en torno al miedo en las personas son fisiológicas. Al sentir miedo, nuestro cuerpo libera numerosas hormonas ―adrenalina, epinefrina y otras―, lo que provoca una cascada de cambios y reacciones para conseguir adquirir la tensión necesaria. Algunos de los síntomas que la persona siente son taquicardia, sudoración, escalofríos, temblor, sequedad de garganta, debilidad de piernas y brazos, dolor de estómago o aceleración de la respiración (Craske et al., 2011). Toda esta reacción biológica prepara al cuerpo ante la amenaza.
La respuesta que se observa desde fuera puede variar entre dos extremos: la inmovilidad más absoluta o una agitación motriz extrema (Steimer, 2002). Estas respuestas evolutivas son muy similares a las de otros mamíferos. El punto de partida de la reacción del miedo comienza en el cerebro. Es ahí, entre la amígdala, que coordina y comunica con otras partes, como la ínsula, la corteza prefrontal dorsolateral y la corteza cingulada anterior dorsal, donde se elaboran las señales necesarias para reaccionar (Fullana et al., 2016). Durante el fugaz análisis de la situación, el cerebro plantea si es mejor adoptar una reacción inmóvil, casi en estado de cataplejía, o si, por el contrario, lo más seguro y necesario para evitar la situación amenazante es agitarse, gritar y buscar la huida de la manera más rápida posible (Pérez-Grande, 2000).
Además de las manifestaciones cognitivas y comportamentales, el miedo también conlleva gran cantidad de pensamientos. Son parte de ese procesamiento rápido y exhaustivo del cerebro sobre la situación y también de factores externos, como la experiencia propia previa y los esquemas cognitivos internos (González-Javier et al., 2021). Según diferentes teorías, es la amígdala la que actúa como coordinadora y elemento clave en la identificación de los estímulos como peligrosos. Esta identificación podría relacionarse directamente con aquellos escenarios o desencadenantes que causan temor a los seres humanos por instinto de supervivencia innato. Otros, más subjetivos, estarían unidos a experiencias individuales, esquemas propios cognitivos, aprendizajes o influencia del contexto social, dónde se ha criado, cuál es el ambiente que rodea a la persona. En cualquier caso, la amígdala se mantiene en un estado latente hasta que la presencia de ese estímulo activa toda la cascada de respuestas (Fullana et al., 2016).
Continuamente, en consulta, los pacientes me suelen preguntar «¿Pero he reaccionado bien?», «¿Esto solo me pasa a mí?», «¿Me libraré de ello algún día?». La combinación de factores referida anteriormente es la explicación. Esta fórmula es la que diferencia la reacción ante un mismo estímulo en diferentes personas. Esta subjetividad no solo implica diferentes reacciones exteriores, sino también diferentes pensamientos y sensaciones internas. Según Echeburúa (2000), estas reacciones son totalmente dependientes de la persona que sufre miedo y de los factores externos y el estímulo que provoca dicha emoción. Por todo ello, es imprescindible siempre legitimar el miedo. Es una emoción básica que tiene un papel innegable. Universal y multicomponente.