1. Introducción
La disciplina Narrativa Audiovisual comienza a impartirse en España, con esta denomina-ción, en los años 70, argumentada desde unos planteamientos profundamente influidos por el estructuralismo (García García, 2006:9) y las corrientes más cientificistas, obsesivamente preocupadas en estos años, en sustituir los modelos de libre interpretación de los textos, por un paradigma más cercano al concepto de “objetividad”. Esta perspectiva trajo como consecuencia, desde nuestro punto de vista, cierto descarnamiento de la materia que influyó de manera decisiva en los hábitos docentes, con una progresiva pérdida de presencia de los elementos más relacionados con lo humano y las cuestiones más orientadas a la exégesis. El texto audiovisual se trataba como un cuerpo físico diseccionable en partes, con lo que se pre-tendía alcanzar explicaciones razonablemente estables, es decir, no dependientes del investigador, respecto a aspectos tales como, por ejemplo, la valoración de su eficacia comunicativa o su pertenencia a unos u otros géneros, escuelas, etc…
Sin embargo, la comunicación narrativa es un hecho decididamente humano. Tan inmanente al Hombre que, siendo imaginable, sin duda, alguna clase de comunicación entre individuos de otras especies (primates, delfines, abejas…), no parece probable sin embargo, que ésta pueda adquirir nunca la forma compleja de lo que llamamos relato.
El relato requiere trama. Una trama es “el conjunto de acontecimientos vinculados que preceden al desenlace” (García Jiménez, 1996: 152), un conjunto de sucesos – añadimos nosotros – que le ocurren a un sujeto en un ámbito, para nosotros distinto al de la realidad y el presente absoluto. Algo futurible y muy relacionado con el concepto de ilusión mencionado por Marías, en tanto que aquello que nos ilusiona no deja de ser sino un “deseo con argumento” (Marías, 1984: 59). Nos ilusionamos gracias a que tenemos capacidad proyectiva para pensar en sucesos que no han ocurrido, ni están ocurriendo, pero que podrían ocurrir. No otra cosa es el relato y el relato audiovisual también.
Unas veces porque desearíamos que sucedieran los hechos que somos capaces de imagi-nar; otras justamente por todo lo contrario, porque necesitamos evitarlos y la mejor forma de prevenirnos contra algo que suponemos malo es proyectar en nuestro pensamiento,su probabilidad y las consecuencias. De algún modo, mediante el relato nos ilusionamos inven-tando un futuro (o realidad paralela) posible o, en sentido contrario, exorcizamos nuestros miedos, angustias y preocupaciones o los miedos, angustias y preocupaciones de una sociedad y un tiempo dados. Eso es en esencia un relato o narración, una posibilidad cuyo centro es el sujeto y cuyos derivados, los efectos de su posible relación con el mundo.
Si el sujeto es el centro, analizar el texto narrativo sólo por las piezas que lo conforman (sin tener en cuenta que, precisamente lo más importante es lo más intangible, no las piezas en sí, sino la fuerza que las une, el sentido que relaciona las partes, lo menos visible y más difícil de explicar, el verdadero alma del relato) supone simplemente dejar la asignatura a medias, convertir al estudiante en un erudito de métodos y de terminología incapaz de apreciar lo más puro e invisible del estado de belleza, que es precisamente el sentido del texto cuando el texto es bello.
Porque el texto “inscribe el sentido de la vida con sus tres instancias esenciales: la calificación del sujeto que lo introduce en la vida, su realización por algo que hace, y finalmente, la sanción, retribución y, a la vez, reconocimiento que garantiza el sentido de sus actos y lo instaura como sujeto según el ser” (Greimas; Courtés, 1979: 275).
Como veremos más adelante, avanzar por estas lides implicaba una operación de cierto riesgo si la asignatura se quedaba instalada en el plano de lo puramente subjetivo porque, ¿quién decide lo que es bello y lo que no? ¿Un individuo? ¿Cada individuo? ¿En qué momen-to de su existencia?