1. Introducción
La escena nos puede resultar familiar: en algún parque, un niño corre con alegría hacia los juegos,
donde un tobogán llama poderosamente su atención, así que sube las escaleras y llega a
la cima para arrojarse desde ahí, pero, de pronto, ante sus ojos se abre un vacío. Es entonces
cuando siente la adrenalina, en su cerebro se activa la amígdala, que de acuerdo con estudios
científicos provoca el miedo, y por unos instantes se queda paralizado… Hasta que en su corteza
cerebral se activan varias zonas que le permiten inhibir el miedo, posibilitando de esta forma
que el pequeño se lance felizmente por la resbaladilla del tobogán. Con esta sencilla anécdota,
muchos psicólogos suelen explicar la manera en que regulamos el tan importante y necesario
miedo, que forma parte fundamental de nuestros instintos de supervivencia.
Sí, el miedo siempre ha estado con nosotros y nos ha permitido sobrevivir en este mundo,
solo que, en nuestras sociedades modernas actuales, las antiquísimas fuentes de miedo,
como ser devorado por un animal salvaje durante la prehistoria, se han transformado o incluso
desaparecido, a tal grado que hoy en día nos sometemos a experiencias controladas de
miedo. Por ejemplo, cuando se asiste al cine o se enciende la televisión para ver una película
o una serie de terror. Por citar solo algunos casos conocidos, el miedo que experimentaron
los primeros espectadores cinematográficos cuando sintieron que el tren se les echaba
encima durante la proyección del film Llegada del tren a la ciudad (1895), de los hermanos
Lumière. O el terror que sufrieron los espectadores de Asalto y robo de un tren (1903), dirigida
por Edwin S. Porter, después de que uno de los primeros villanos del cine, Broncho Billy,
disparara directamente a la cámara al final de la película. ¡Los espectadores interpretaron
que el villano volvía de la muerte solo para dispararles! A esos espectadores ―al igual que
a nosotros en la actualidad― les fascinó experimentar el miedo producido por las imágenes.
Tanto es así que seguimos viendo películas y series que nos provocan miedo, así como los
niños continúan aventándose de los toboganes. La cuestión viene de muy lejos.
Al hablar de la tragedia griega, Aristóteles proponía que, a través de esas representaciones
con las que los griegos mantenían a raya a los terribles dioses del Hades, el espectador
lograba purificar el corazón por medio de la piedad y el terror. Es decir, desde la Antigua
Grecia, y probablemente mucho antes, ya se conocía que la relación entre miedo y narración
servía para algo: siempre se ha ordenado el mundo mediante los textos que se consumen, y
en muchas de las principales narraciones de la cultura compartida hay una fuente de horror
que provoca miedo, pero también cierta fascinación. Es el carácter dual de lo contrafóbico:
el deseo inconsciente de enfrentar y controlar lo que provoca miedo en lugar de evadirlo.