“El exilio es algo curiosamente cautivador sobre lo que pensar, pero terrible de experimentar. Es la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: nunca se puede superar su esencial tristeza” (p. 179). Así comienza el ensayo (décimo del libro) que da título a esta recopilación de escritos del profesor Said, y que quizá sirva para entender cómo la cultura y el conocimiento le sirvieron como sedante para suavizar ese estado discontinuo del ser que es el exilio, que sufrió durante más de medio siglo.
Esta recopilación hecha por el mismo Said en 2001, dos años antes de su muerte, y que ahora disfrutamos en español gracias a la estupenda traducción realizada por Ricardo García Pérez, abruma desde las primeras páginas de la introducción por su tormenta de conceptos y referencias, por su dominio del lenguaje (aconsejo al lector que, en lo posible, se acerque a algún texto de Said escrito en inglés) y su visión sinóptica de la realidad. Su capacidad de observación y análisis quizá sea el resultado de una vida marcada por una mezcla de exilio, expatriación y emigración (nacido en Jerusalén, su juventud transcurrió entre el Líbano y Egipto hasta llegar a los Estados Unidos, donde permaneció como profesor universitario durante cuarenta años) y de una personalidad que combina una enorme sensibilidad y una claridad de juicio extraordinaria.
Nos encontramos ante la obra de un gran conocedor de las relaciones entre Oriente y Occidente, un analista socio-político de primer orden y un crítico artístico y literario atrevido; en suma, un intelectual de una cultura apabullante.
Esta colección abarca varios de los ensayos publicados por Said en algunas de las publicaciones más prestigiosas del mundo anglosajón (también en algún foro árabe). Es una miscelánea que sorprende por la riqueza de temas, por lo elaborado de la forma y por la destreza lingüística, lo que dota a estos ensayos de una variedad riquísima de matices y demuestra la mordacidad de la crítica de Said y su capacidad para intimar con el lector. Es especialmente destacable el enorme número de referencias que utiliza, entre las que destacan las repetidas alusiones a Naipaul, Mahfuz, Kanafani, Conrad, Vico, Nietzsche, Lukács y Gramsci.
Por supuesto, la temática de corte oriental está presente en esta colección, pero a su estilo. Así, es capaz de mezclar temas, a priori, muy distintos entre sí y, sin embargo, relacionarlos íntimamente: la realidad de las provincias orientales poscoloniales olvidadas por Naipaul en sus análisis, el desarrollo de la novela arábica posterior a 1948 representada especialmente por Hombres al sol y Mana al-nakba, la realidad de Orientalismo y la necesidad de evitar el cinismo de algunos orientalistas, el pasado y el presente de la egiptología occidental y sus representaciones en Europa y Estados Unidos, la esencia de El Cairo y de Alejandría… pero todos bajo un mismo denominador común: conocer la esencia del sentir árabe y denunciar el modo superficial, casi despectivo, que muchos occidentales –incluidos la mayoría de los que se denominan orientalistas- demuestran a la hora de estudiar Oriente.
Pero Said no es un apologeta orientalista que se encierra en el Este, sino que se empeña, de igual manera, en entender la mentalidad occidental, desmenuzando la tradición europea (y con ella la estadounidense). Said entiende que el ciudadano occidental debe conocer la naturaleza de su sociedad contemporánea, que es fruto de la mentalidad posmoderna, que a su vez es consecuencia de la combinación de las más variadas tendencias: el marxismo en sus variadas acepciones (y sus apologetas Marx, Gramsci, Lukács, Steiner, Bloch), el pesimismo filosófico (especialmente representado por Nietzsche, Conrad), las categorías revolucionarias y burguesas (no son ironía tratadas a partir de Orwell o Hemingway) y el historicismo (desarrollado por Vico, Hegel, Marx o Dilthey). Todas ellas ayudan a entender el espectro socio-político contemporáneo, del que han tomado buena nota personas como Hobsbawm, Chomsky y Huntington.
Personalmente, quiero destacar un artículo por encima del resto: el octavo, publicado en 1982, y titulado Adversarios, públicos, partidarios y comunidad. En este artículo Said regala una reflexión riquísima sobre el estatuto de la información como componente del conocimiento, sobre la urgencia por desprendernos del mal cultural que supone el culto a la especialización y al profesionalismo, sobre lo insano de la endogamia y la pedantería intelectuales y sobre la necesidad de recuperar el verdadero lugar que la universidad ha de ocupar en la producción del conocimiento frente al reduccionismo.
Dejo al lector con una muestra del rigor, del compromiso y de la exquisitez que encontrará en este octavo artículo, y que espero que le sirva para acercarse a la lectura de tan interesante obra: “Sólo puedo sugerir en conclusión que debemos pensar en escapar de los guetos disciplinares a los que como intelectuales hemos sido confinados, reabrir los procesos sociales bloqueados que ceden representación objetiva (y por tanto poder) en el mundo a un círculo de expertos y sus clientes, pensar que el público de lo cultivado no es un círculo cerrado de tres mil profesionales críticos sino la comunidad de seres humanos que viven en sociedad, y contemplar la realidad social de un modo secular antes que místico, a pesar de todas las protestas sobre el realismo y la objetividad” (pp. 160-161).