En palabras de Arcadi Espada, en los últimos años se ha producido “una gigantesca y universal explosión de metaperiodismo”, hasta el punto de que es imposible “continuar practicando el oficio sin añadirle una preocupación constante por su making of”. Los múltiples cambios experimentados en la profesión (en las rutinas de trabajo, en el acceso y relación con las fuentes, en las prácticas de la audiencia al buscar y consumir información, entre otros); unido a las turbulencias económicas vividas por la industria de los medios, explican la inquietud y el interés que suscita la evolución de la actividad periodística, ya no sólo entre sus profesionales, sino también en el ámbito científico. Es abundante la literatura académica que explora cómo están influyendo las tecnologías digitales en el periodismo y, por ende, en el cumplimiento de la función social que a éste se le reclama.
El Renacimiento del Periodismo, escrito por Miguel Ángel Sánchez de la Nieta (profesor de Teoría de la Información en el Centro Universitario Villanueva), se encuadra en esa línea de investigación. La tesis que sostiene es que “el periodismo necesita vivir su Renacimiento; y como los artistas del cinquecento, renovar su interés por los cánones clásicos de esta profesión y embellecerlos aún más con las herramientas digitales y las inmensas posibilidades comunicativas de nuestra sociedad hiperconectada” (pp. 13-14). Ese es el hilo conductor de toda la obra, escrita en un estilo ameno y expresivamente rico (son centrales algunas alusiones metafóricas a cuadros de Rafael, Lionel Royer o Jack Vettriano), sabiendo combinar de modo acertado la exposición teórica con la ejemplificación a través de casos prácticos y recientes del ámbito periodístico. Así, por los ocho capítulos del libro desfilan referencias, entre otras, a la serie The Newsroom; a aciertos y errores en coberturas informativas como la del ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo, el accidente aéreo de Germanwings o la crisis del Ébola; a las claves del prestigio de medios como The Economist o Der Spiegel o a la exitosa estrategia de crowdfunding de El Español.
En el primer capítulo Sánchez de la Nieta traza los rasgos principales del actual escenario mediático, caracterizado por la hiperconexión de los ciudadanos, la inmediatez de las comunicaciones y la sobreabundancia informativa, dado que se ha democratizado no sólo el acceso a la información, sino también su producción, que ha dejado ser exclusiva de los medios. En este nuevo hábitat, según el autor, la prensa está errando tanto en su “tempus mediático” (poniendo el foco en competir en el terreno de las breaking news más que apostar por la contextualización de las informaciones y el análisis reposado) como en su estrategia de contenidos, marcada por una creciente banalización y por la hibridación de la información y el entretenimiento. Un infotainment que, animado por el deseo de aumentar las audiencias y preservar la rentabilidad del medio, lleva con frecuencia a primar elementos como la espectacularidad o lo escandaloso en detrimento de criterios profesionales como la relevancia pública o la verificación de la información.
Ante este nuevo hábitat cabe preguntarse qué es “lo que hace diferente al periodismo” (capítulo 2), para poder distinguirse en un mercado informativo democratizado por las tecnologías digitales y donde múltiples actores, individuales e institucionales, compiten por captar la atención de los consumidores. Para responder, Sánchez de la Nieta se remonta a tres momentos históricos: la fundación de la democracia estadounidense, la segunda posguerra mundial –con las aportaciones de la Comisión para la Libertad de Prensa (Comisión Hutchins)– y finales del siglo XX, cuando se formó el Committe of Concerned Journalists que desembocaría en el ya clásico libro de Bill Kovach y Tom Rosenstiel, Los elementos del periodismo (2003), del que Sánchez de la Nieta se muestra especialmente deudor. El repaso por la Historia sirve para mostrar que el periodismo siempre ha tenido una identidad definida, erigida en torno a unos rasgos fundamentales que no han de perderse en la era digital; a saber: “Verdad, objetividad e independencia para mantener la exclusiva lealtad al ciudadano, en un servicio cualificado a su inteligencia diaria, a la racionalidad de la opinión pública” (p. 32). En torno a estos cánones clásicos se articula El Renacimiento del Periodismo, dedicando un capítulo a cada uno de ellos.
Así, en el capítulo tercero se aborda “La verdad posible del periodismo”, alcanzable –como recoge en sus directrices editoriales la cadena británica BBC– mediante la precisión en la obtención del material informativo, el contraste de los hechos, la confirmación de la autenticidad de las pruebas documentales y la comprobación de las aseveraciones hechas por las fuentes consultadas. Estándares profesionales aún más necesarios si cabe en el entorno digital, donde el flujo incesante de información en tiempo real puede confundir a los medios, que aprecian verdad donde a veces sólo hay verosimilitud. Recuerda Sánchez de la Nieta que “el periodista administra, desde una cualificada mediación, la información primaria y las posteriores adendas desde la actitud de desinteresada búsqueda de la verdad. Y lo hace aplicando unas garantías procedimentales determinadas en la selección de datos, réplicas y contrarréplicas –de lectores, de expertos– para la posterior elaboración de la crónica que será introducida en el flujo de la discusión pública” (p. 50).
Esta disciplina de la verificación, tal como se explica en el capítulo 4, es el fundamento de la objetividad periodística, un concepto debatido y siempre espinoso, y sobre el que el autor de El Renacimiento del Periodismo ofrece observaciones interesantes; en línea –como sucede a lo largo de todo el libro– con lo ya señalado por Kovach y Rosenstiel en la obra antes citada. Es erróneo, desde este punto de vista, entender la objetividad como un ejercicio de descriptivismo, lenguaje oficialista y mero “periodismo de declaraciones”, porque “si la objetividad aparece como taquigráfica descripción de los hechos, el periodismo se vuelve indeseable y su atractivo queda a la altura de un anodino prospecto medicinal” (p. 67). Por el contrario, y retomando las ideas de Walter Lippmann, la objetividad ha de asentarse no en el profesional de la información (de por sí imposible), sino en su modo de aproximarse a la realidad. Trasladar al periodismo, en definitiva, los métodos unificados, definidos con precisión y públicamente compartidos de otras disciplinas como la medicina, la investigación científica o la justicia. De tal modo que el periodista ha de esforzarse por ser transparente, explicando al lector cómo ha descubierto algo y en qué se basa para creer que es cierto, para que aquel también pueda hacer lo mismo.
Otro elemento esencial del Periodismo es su independencia (capítulo 5), que se ve amenazada actualmente en un doble nivel. Por un lado, en el plano individual los periodistas reciben presiones comerciales desde el seno de la empresa, acuciada con frecuencia por la necesidad de encontrar un modelo de negocio económicamente sostenible. Por otro lado y en un nivel más amplio, la creciente corporativización de los medios hace que éstos queden integrados en grandes grupos empresariales cuyas actividades principales atañen a sectores ajenos a la Comunicación. El problema, como afirma Sánchez de la Nieta, es que ya sea de un modo u otro “así es fácil que los objetivos de rentabilidad empresarial sean muchas veces incompatibles con los criterios periodísticos que deben primar en las empresas de información. El foco se desplaza de la calidad informativa del contenido a la rentabilidad económica del mismo” (p. 89).
La reconquista que el Periodismo ha de hacer de su independencia profesional encuentra sus argumentos más sólidos en la defensa de la función social que cumple, tal como se expone en el sexto capítulo, titulado “Ciudadanos bien informados, aristócratas de la democracia”. Frente al maremágnum de inputs informativos que abundan en la Red y que pueden conducir a una visión atomizada, descontextualizada, trivial, interesada y de desigual veracidad sobre los acontecimientos, la mediación cualificada del periodista ha de brindar una comprensión cabal de la realidad. Citando a Friend y Singer (2007), define Sánchez de la Nieta al periodista como “alguien en quien los miembros del público pueden confiar para ayudarlos a encontrar el sentido del mundo y tomar decisiones razonables sobre las cosas que importan” (p. 105). Ahí radica el capital social del Periodismo en las sociedades democráticas, en su potencial para revitalizar la sociedad civil y los vínculos comunitarios, nutriendo una opinión pública cada vez más informada y crítica.
Una vez expuestos los rasgos esenciales de la profesión periodística, y tal como se promete en el subtítulo del libro, el autor explica la influencia que pueden tener las herramientas digitales en el fortalecimiento práctico de esos elementos fundamentales del Periodismo. En este capítulo octavo, al igual que a lo largo de las páginas precedentes, Sánchez de la Nieta demuestra tener un conocimiento solvente y actualizado de la innovación periodística en el ámbito digital, ya sea en las plataformas y “apps” empleadas como en las fuentes académicas de referencia para comprender las prácticas y experiencias profesionales de vanguardia. Con igual soltura con que se exponen las ideas de Habermas, Hallin y Mancini, Stephen Reese o Jay Rosen, en El Renacimiento del Periodismo cabe hallar una explicación accesible del potencial periodístico de aplicaciones como Periscope, WhatsApp o Firechat, de la importancia de la verificación en el entorno online a través del caso de Storyful o de la valiosa gestión de la audiencia en Twitter –creando comunidad–, a cargo de Andy Carvin, periodista de la National Public Radio (NPR), durante la cobertura de la Primavera Árabe.
Cierra el libro un breve capítulo en el que Sánchez de la Nieta reincide, a modo de epílogo, en la rentabilidad social del Periodismo, por su contribución a que la ciudadanía esté mejor informada. Advierte, no obstante, de tres malos hábitos en la dieta informativa habitual, contra los que han de luchar los periodistas: la emotivización de la opinión pública, la amenidad como criterio prioritario en la presentación de los contenidos, y –tomando una expresión de Pascual Serrano– la jibarización de la comunicación, reducida a mensajes cortos, impactantes e instantáneos. Cuestiones, sin duda, de gran interés, pero que requerirían un mayor desarrollo –y no un simple bosquejo en las páginas finales– del que ofrece el autor.
En definitiva, El renacimiento del Periodismo aporta consideraciones valiosas al análisis del ecosistema mediático contemporáneo, ofreciendo una exposición clara de los principios fundamentales que han de seguir guiando el ejercicio del Periodismo en la era digital. Por su estilo didáctico y su alto componente formativo en una materia nuclear del ámbito de la Comunicación, constituye un recurso especialmente recomendable, a modo de manual, para los estudiantes del Grado de Periodismo.