Reseña
Cien casos. La ética periodística en tiempos de precariedad
JIMÉNEZ MONCLÚS, Roger
Edicions de la Universitat de Barcelona. Barcelona, 2016. 299 pp.
27 de julio de 2016
La colección “Periodismo Activo” de la Universidad de Barcelona se enriquece con este último volumen que aúna experiencia y sabiduría, teoría y práctica, en una síntesis que en el ámbito de las ciencias de la comunicación es más que una conveniencia: una necesidad. La ventaja del título es que ofrece en apretada síntesis esas perspectivas, aunque despista un poco sobre el contenido. O quizá este despiste se produzca más en quienes tenemos la deformación profesional de manejar muchos libros de ética de casos. Con frecuencia detrás de un título de ese tipo sólo encontramos un repertorio de sucesos, acontecimientos o anécdotas más o menos moralizantes, pero no un auténtico libro de ética en el que se ofrece una reflexión moral a partir del análisis detallado de casos.
Si acudimos al índice, nos encontramos, además de la introducción y la conclusión, un interesantísimo prólogo póstumo de Manuel Leguineche, y un elenco de cuestiones éticas problemáticas en el ejercicio de la profesión, que se abordarán precisamente desde el análisis de los casos, y no como meros problemas teóricos.
La defensa del oficio, del buen hacer del periodista que hace Leguineche en el mencionado prólogo es el mejor acercamiento a un libro que va a abordar las cuestiones debatidas, problemáticas o incluso oscuras de la profesión. Pero también es verdad que sólo desde la pasión por lo que se hace se vive la inquietud por lo bien hecho: “Me estoy poniendo
moralista. Mi temperamento no me inclina a dar lecciones a nadie y menos a algunos de mis compañeros, pero uno tiene la sensación, quizá porque se hace viejo, que vivimos un “atocinamiento”, un proceso de esterilización de asepsia, de falta de coraje, del que todos somos culpables. Nos querían convencer de que había terminado la historia y lo que ocurre
es todo lo contrario, que la historia se repite en sus peores páginas. Vienen tiempos que necesitarán de periodistas bien preparados, lúcidos y honrados” (p.11). Me parece que la mejor manera de acercarse a los debates sobre la ética periodística es, sin duda, la de plantearlos dentro del convencimiento de que la excelencia profesional no puede darse más que desde la búsqueda incansable y decidida de la libertad para encontrar y difundir la verdad. La verdad de los hechos de los que se ocupan periodistas, “opinadores” y medios. La experiencia del autor como defensor del lector en el diario La Vanguardia, como recuerda este prólogo, está detrás de este ensayo en el que aborda, con la extensión y el sosiego que la columna dominical no le permitía, las cuestiones y las razones que están tras las decisiones periodísticas.
Es así como encontramos en la introducción la descripción finalista del libro: “las páginas que contiene pretenden describir la conexión existente entre la excelencia en el periodismo y el periodismo ético. Incluyen materias de estudio que constituyen ejemplos de buen periodismo y otros en que las lamentables decisiones descritas comportan también lecciones no menos importantes” (p.15). Recuerda el autor asimismo en esta introducción el decálogo de preguntas que los autores de Doing Ethics in Journalism publicado por la Asociación de Periodistas Profesionales de Estados Unidos como una de las pautas que siempre deben acompañar la reflexión ética acerca de las decisiones profesionales. Como nos iremos encontrando a lo largo de los diecisiete capítulos en que se recopilan los distintos casos, dichas preguntas serán las que, de una u otra manera, nos ayuden en la reflexión acerca de las razones que el profesional debe valorar en sus decisiones.
En el espacio de esta reseña no se pueden abordar con detalle todos estos capítulos, sus pros y contras. De manera que señalaré algunos de los aspectos que me han parecido más interesantes de los mismos, y en especial, aquellos que creo se prestan a un mejor uso en la docencia de la ética periodística, o que favorecen un debate más sosegado entre aquellos profesionales, y me consta que son muchos, realmente interesados en un desempeño consciente y responsable del periodismo al servicio de la sociedad y de la democracia.
Los dos primeros capítulos enmarcan teóricamente los quince siguientes. El primero aborda la cuestión de los códigos deontológicos y la autorregulación. Es muy interesante el planteamiento de mostrar los distintos mecanismos que se han utilizado según países, costumbres y tradiciones para fomentar la acción socialmente responsable de los medios.
En definitiva, cuando hablamos de ética y deontología hemos de apelar al convencimiento personal y a la conciencia profesional, más allá de mecanismos sancionadores externos, ya que de ese modo se es más activo en el modo de afrontar las decisiones. En el segundo capítulo nos encontramos una breve pero interesante reflexión acerca de las buenas y malas noticias. ¿Acaso es cierto que si son buenas, no son noticias, según el conocido adagio inglés? “La dialéctica entre las buenas y malas noticias viene de antiguo, pero las respectivas posturas no parecen tan irreconciliables. El problema está en los criterios de búsqueda, selección y jerarquización del material informativo y en la política editorial que aplican los
responsables de los medios” (p.37). A partir de estas dos premisas teóricas, nos adentramos en el resto de cuestiones.
Viendo la lista de los temas uno percibe inmediatamente que si bien los principios éticos y deontológicos son siempre válidos y permanentes en el tiempo, aquí se nos propone una nueva mirada al quehacer diario, motivada por el cambio de los contextos y los modos de la comunicación al que asistimos casi cada día. Cuestiones como el derecho al olvido, la
distinción entre privacidad e intimidad, el plagio o el fotoperiodismo presentan hoy muchas más aristas que hace tan sólo dos décadas, por no ir más lejos.
Me parece especialmente significativo que afronte la atención a la verdad como la clave de la profesión periodística. Lo es. Como dice el autor, “resulta difícil encontrar una mención a la mentira y la falsedad en los códigos deontológicos de la profesión periodística. No obstante es una materia ética significativa y de gran trascendencia puesto que transgrede
directamente la verdad, y no olvidemos que la búsqueda de la verdad es la piedra angular de toda actividad periodística. Resulta difícil saber si un periodista ha dicho toda la verdad, pero es fácil saber si ha dicho una mentira” (p.39). “Veracidad” es el título de este capítulo en el que se analizan hasta 18 casos reales de medias verdades, falsedades, manipulaciones… y concluye con las pautas y recomendaciones que aportan libros de estilo, códigos deontológicos y el buen hacer de tantos profesionales para llevar a la práctica esa virtud, la de quien profesa la verdad con su vida.
“El periodismo tiene tres hermanas inseparables que son la calidad, la ética y la libertad.
No existe ninguna manera de acercarse a la verdad si no ejercemos un periodismo de calidad, y sólo si verificamos distintas fuentes podemos acercarnos a ella. Si el profesional no profundiza y únicamente cuenta lo que está en la superficie puede terminar contando las cosas que no existen” (p.155), afirma Jiménez al inicio del capítulo dedicado a las fuentes informativas. No puedo estar más de acuerdo, aunque me parece que en este tema la exposición se queda muy lejos de ser satisfactoria. Porque la mera acumulación de fuentes y la confidencialidad de las mismas no son herramientas suficientes para no quedarse en la superficie. Son necesarias, sin duda. Y un medio fundamental, desde luego. Pero tanto la capacidad de contrastar las informaciones que esas fuentes nos ofrecen (no basta con compararlas entre sí), como la de discernir las fuentes que en cada caso pueden ser relevantes y, en definitiva, ir a la verdad de lo investigado, implican una teoría informativa y crítica más amplia que la que se limita a los datos. Me parece que el autor lo asume e intuye, pero no lo ofrece ni desarrolla, al menos en este capítulo que tanto se prestaba para ello, completando
el primero de la veracidad. Sirva como ejemplo de ello el “test de veracidad” que ofrece en la p.177, que realmente se queda sólo en un test de control de diversidad y contraste de datos, no de profundización en ellos.
Como decía al inicio de este comentario, la virtud de este libro reside en la ingente cantidad de casos prácticos analizados de manera pormenorizada, y la síntesis que al final de cada capítulo se nos ofrece de los principales criterios o documentos que iluminan el juicio ético que ha de dar el profesional. Hay casos muy sonados que se echan en falta, por ejemplo en el capítulo dedicado al plagio, una de las acciones más deleznables para un buen profesional, y praxis cada vez más extendida entre jóvenes que piensan que Internet es algo así como una fuente anónima e inagotable. Asimismo, choca que en el capítulo dedicado al fotoperiodismo (p.211 y ss.) no se incluya ninguna de las imágenes, páginas o portadas, de los casos que se analizan, ni se explique por qué. Creo que da por hecho que el lector las tiene en su memoria visual particular, pero no habría estado de más.
A esta virtud se añade el hecho de que no se dan juicios, sino que se hacen análisis y se aportan criterios, de manera que con el ejercicio constante a lo largo de la lectura uno va adquiriendo la capacidad de contemplar todos los aspectos de la realidad implicados en una acción, así como los principios morales con los cuales decidir en la dirección más justa. Como el autor señala en la conclusión citando a Casasús la deontología ha de ir más allá de los repertorios de faltas para fundarse en una ética de los valores renovar la concepción del periodismo. Lo que, a mi juicio, nos sitúa, a fin de cuentas, en la necesidad de una formación profesional coherente que integre el arte y la ciencia periodísticos en un marco teórico renovado, con una nueva teoría de la comunicación y de la información que apele no sólo a la necesidad de la verdad, sino también al ejercicio de la responsabilidad personal y social.
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