Para quienes por diversas circunstancias, llegado un momento en la vida han tenido que poner tierra de por medio con respecto al lugar que le vio nacer, la distancia nunca se corresponde con el olvido. Durante ese periplo voluntario o forzado las cartas se convierten en esa escala que acerca paisajes y afectos, atrae rostros queridos y salva lejanías. Este libro recoge un testimonio de esa distancia y de ese cúmulo de promesas y memoria en lugar de olvidos.
Desde hace varias décadas el género epistolar ha despertado un interés inusitado. Este intercambio entre dos personas surge sin la conciencia de la reproducción y conocimiento público, lo cual lo convierte en terreno idóneo para lo íntimo y lo privado. Supuestamente aquello que se plasma en una misiva dirigida a un amigo no será leído por nadie más. Esto le otorga una genuina nota tanto de subjetividad como de confidencialidad.
En esta cuidada edición de Carmelo Vera obtiene el lector una clara radiografía de la relación entre dos escritoras cartageneras. Veintiséis cartas cruzadas entre ambas, dedicatorias, escritos-homenaje, así como La sombra que me acompaña de María Teresa Cervantes, un conjunto de poemas en los que se percibe la presencia de María Cegarra Salcedo.
Corría el año 1954. Treinta y dos años separan el nacimiento de una y de la otra. En la sierra minera de La Unión residía una escritora conocida entre los suyos, autora de un único libro de poesía. María Cegarra Salcedo lucía el mérito de ser la primera mujer Perito en Química que, además, ejercía la profesión. En Cartagena, una joven escritora en ciernes –María Teresa Cervantes– daba a luz su primer libro de poesía. Un intermediario, el pintor Vicente Ros, un lugar (el estudio de éste) y desde entonces una complicidad y entendimiento entre ambas por encima del tiempo y del espacio. Porque luego fueron años de distanciamiento. Si bien la primera apenas se desplazó, sí lo hizo durante un largo periodo la segunda. París, Bonn, fueron en las décadas siguientes los destinos profesionales de María Teresa Cervantes.
En el estudio introductorio son varias las ocasiones en las que Carmelo Vera insiste en la peligrosa y férrea influencia que el super-yo patriarcal ejerció sobre María Teresa pues impidió que el instinto de la joven en el terreno amoroso siguiera su cauce al desaprobar su progenitor la atracción que la joven sentía por el pintor cartagenero Ramón Alonso Luzzy.
Profundo conocedor de la vida y obra de las dos escritoras, Carmelo Vera contextualiza, justifica e interpreta cada una de las piezas epistolares y dedicatorias incluidas en la edición: “María Teresa Cervantes huyó de su tierra natal para intentar colmar la ausencia, para encontrar su identidad fuera del clan familiar, en una continua búsqueda de su yo que sería la pulsión obsesiva de su poesía, mientras María Cegarra se enraizó en su terruño para llenar la ausencia del hermano, para mitigar el dolor de una familia marcada por la muerte. Una ha sido centrífuga, la otra centrípeta” (p. 14).
La carta, como género, se nos ofrece como transparente espejo del yo, mapa también de referentes culturales, sociológicos, históricos… y deja despejada una zona franca para estudios sobre todo biográficos que, en el caso de dos escritoras como las aquí reunidas, son valiosos testimonios bibliográficos. En cualquier caso, sin duda, escritura autobiográfica. Por su naturaleza asistemática e íntima, los epistolarios de carácter personal hacen un hueco al dato que no comparte espacio público porque obedece más a inquietudes o preocupaciones personales de un momento determinado. Como las memorias, los diarios o las autobiografías, el yo alcanza en un epistolario un rango de subjetividad muy potente que lo legitima como texto literario, además de un convincente ejercicio de autoconocimiento sin los grilletes ni corsés propios de todo texto pretenciosamente literario. El primer lector, el mismo que la emite. Espacio entre público y privado, realidad cotidiana y ficción literaria.
En nuestro caso, aunque tenga sólo un destinatario, son varias vertientes las que se pueden entresacar del conjunto. Las misivas abarcan desde 1954 hasta 1986 con un total de veintiséis unidades, algo discontinuas en el espacio y mucho en el tiempo. Todo ello se percibe a lo largo de esta edición, ilustrada con un álbum fotográfico, que viene a apoyar el contenido de muchas de las cartas y comentarios de las protagonistas, de manera que a la literatura en la expresión le acompaña el realismo desde el punto de vista gráfico.
Desde el tropo más refinado, María Cegarra agradece a su amiga el envío de libros, que lee atentamente y pasa a enjuiciar. Cartas personales a las que no les falta ritmo poético ni sentido literario: “Y tu sensibilidad es como cera caliente que capta las más leves impresiones para arder, luego, fundida de emoción” (p. 33). Poblada de adjetivos, enumeraciones, aliteraciones, filtrándose algún que otro neologismo como “sudestediana”, “pensar y poemar”. Ello justifica, además, los difusos límites que existen entre los géneros literarios.
En una ocasión este tono precisamente lo justifica María Cegarra por estar leyendo la poesía de su amiga: “Leyéndote tengo que escribirte en poesía, es como si se derramaran en mi alma tus palabras sonoras y cálidas, desbordando sensaciones clamorosas, las tuyas llenas de emoción y belleza” (p. 86).
Desde la atalaya de los veinte años que María Cegarra le aventaja a María Teresa Cervantes, aquélla le insiste una y otra vez sobre su juventud: “Eres muy joven todavía; aún te queda mucho que gozar y que sufrir, vivir en suma” (p. 33)..
En alguna carta hace gala María Cegarra de una socarronería que apunta hacia la política local. Otras veces son asuntos familiares, cuando no laborales o de salud los que ocupan breve espacio; pero, sobre todo, sensaciones y sentimientos que acuden a la vida de la joven María Teresa, interesada como está la unionense por todas las vicisitudes del quehacer diario de ésta. Y siempre el aliento de que vuelva pronto a su tierra natal, con los suyos, lo cual envuelve al conjunto de un carácter episódico: “Aunque sea grande el impacto de París, antes estuvo Cartagena en tu alma, y tus amigos, y el mar…” (p. 55). A propósito de este asunto, el aprovechamiento del tiempo para lo literario le hace al emisor rectificar en alguna apreciación anterior: “Te reñí muchas veces, María Teresa, por tu decidida marcha. Hoy te felicito, porque has sabido tomarle a la vida sus mejores palpitaciones” (p. 81). Y, en este mismo sentido, en otra carta: “Hay que reconocer, que la ausencia de tu tierra te ha dado mejores situaciones para pensar y poemar. Bendita sea la hora en que te fuiste, aunque yo lo sintiera profundamente”. En otro lugar: “Si estar ahí te hace escribir tan bellamente, no te vengas. No obstante, pienso, que en donde te encuentres, siempre encontrarás motivos para hacer poesía” (p. 85).
No parece ser el espacio el motivo principal del fluir de la poesía sino una Verdad más íntima y secreta. “Puedes decirnos muchas cosas, pero ningún país que visitaste te puso la sensibilidad, el talento, la creación artística. Eso viene por otros caminos, que nacen por voluntad de Dios” (p. 86).
A veces, por añadidura, La Unión queda profundamente retratada: “La Unión no está olvidada, sino en primera línea y agradable circunstancia con su Festival del Cante de las Minas. (En el sobre verás la reproducción de un cartel anunciador). La Unión sueña y sueña, siempre fue fabulosa, intrépida, insólita, y qué se yo cuántas cosas más”. Y en otra: “La Unión es soñadora, esperanzadora […] Aquí siempre hay algo cultural, entrañable, que nos une y colaboramos cada cual en lo que sabe y puede” (p. 53).
En cualquier caso, el epistolario en general y éste en particular saca a relucir su cualidad de espejo. Si por un lado permite verse reflejado, por otro, devuelve la imagen que proyecta. Las palabras impresas en la distancia tienden un puente entre La Unión y París o Bonn de modo que en este espacio y tiempo las misivas constituyen más que nunca un diálogo en ausencia o diálogo diferido.
En 1991 María Cegarra escribió unas líneas sobre un libro que María Teresa Cervantes tenía inédito. De Como a un náufrago Cegarra destaca esa mirada de su amiga hacia Dios y continúa con la alegoría: “En realidad no hay naufragio, es la salvación lo que vive. Por navío su corazón, por vela su alma. Él recoge su voz, dándole a cambio, una serenidad distinta” (p. 105).
La reseñista percibe un juego de tamaños en donde Dios se reduce para convertirse en alguien humano; esto es, más cercano y confidencial. Para llegar a su yo tiene que pasar por Dios –parece decirnos.
Un último cuerpo lo forman aquellos escritos, esta vez de María Teresa Cervantes hacia María Cegarra. Aquí nos topamos con un trabajo que lleva por título “María Cegarra Salcedo, escritora, poeta de fórmulas, de algas, de lunas, de horizontes, de vientos de levante” que vio la luz en distintos medios escritos murcianos. En Desvarío y fórmulas María Teresa reconoce la línea perdurable del ambiente mediterráneo pero también cree ver un cambio en la manera de escribir y percibir de la autora. La sierra minera, el clima del litoral y su formación científica laten en el libro, impresionismo simbólico heredado de Cristales míos de María Cegarra. Con la perspectiva del tiempo y de la experiencia de la unionense se asienta una voz personal, original, libre y definitiva. La una recuerda sus años de amistad con la otra.
En el tramo final del volumen dos Cartas–homenaje redactadas y leídas en el homenaje-aniversario a María Cegarra a los quince años de su muerte celebrado en el Centro Cultural Asensio Sáez de La Unión.
Como colofón aguardan al lector confidencias poéticas que bajo el título La sombra que me acompaña María Teresa Cervantes dedicó a su amiga. Para Carmelo Vera los poemas que lo integran, rubricados entre 1998 y 2007: “Son un monólogo-diálogo con la amiga muerta, una serie de confidencias, como dice la misma autora, y de interrogaciones dirigidas hacia el mundo del más allá sin una posible respuesta, pero también una memoria de aquel pasado compartido por la poesía” (p. 22).
Volumen éste interesante por el material inédito que aporta y por los comentarios previos de Carmelo Vera sobre las líneas cruciales de la vida y obra sobre todo de María Teresa Cervantes y apuntala las bases del edificio poético de ésta