Como señala Monica Maggioni —directora de RaiNews24— en el prefacio de este oportuno y valiente ensayo, el reto que el momento actual plantea tanto al periodista como al pensador inquieto por dar razones del quehacer informativo es el de “repensar las modalidades del relato, volver a poner en discusión la técnica y los instrumentos, al tiempo que se protege el sentido profundo del trabajo del periodista y el sistema de valores que está en la base y le sirve de elemento fundante” (p.7).
El volumen de Franceso Occhetta nos abre a una reflexión que se basa sobre una triple responsabilidad: el papel del periodismo, memoria y custodio de la democracia; la función de la deontología como fundamento antropológico para orientar la acción de los periodistas; la búsqueda del camino para garantizar autonomía e independencia al periodismo en un tiempo de crisis de las empresas editoriales y de aumento del precariado (2015: 7).
Se echa en falta un debate serio y sereno sobre el quehacer periodístico, más allá de las constataciones obvias de la crisis que afecta a la profesión, no sólo por la repercusión económica en el estatus laboral de los informadores, sino más radicalmente tanto por el crecimiento de los grandes grupos multimedia y la extensión de sus intereses a todas las áreas de la comunicación, como por el complejo lenguaje transmedia y el difuminarse de géneros y estilos. El ensayo que acaba de publicar en Italia el periodista, abogado y escritor Francesco Occhetta, aporta una serie de claves muy interesantes para la reflexión tanto del profesional como del académico, de cara a buscar nuevos modos de ejercicio de la profesión que, hoy más que nunca, aspiran a ser integradores, transdisciplinares, inclusivos a la vez que abiertos. Lo que nos coloca en un ejercicio intelectual que permita superar el cómodo inmovilismo tanto de los modelos teóricos abstractos fijos, formalistas o ideológicos, como de los meramente operativos, con sus rutinas y procedimientos.
El libro de Occhetta está formado por una introducción y nueve capítulos. En la introducción el autor presenta el hilo conductor de los diversos capítulos, que a su vez podemos dividir en dos grandes grupos: los que ofrecen una reflexión sobre las razones de la profesión por un lado (la democracia y los nuevos media, la credibilidad o la comunicación como medio ambiente de nuestra época), y los que reflexionan sobre áreas concretas del ejercicio de la misma (como la información judicial, política o religiosa). Los dos últimos capítulos ofrecen una reflexión sobre aspectos de la profesión periodística dentro del marco legal y colegial italiano, lo que para el estudioso o profesional español sólo tendrá un interés tangencial.
El estudioso de los medios está acostumbrado a cifras que el autor coloca sólo a título informativo como arranque del ensayo: “la cantidad de información que se ha generado desde el inicio de la Humanidad hasta el 2003 (noticias, imágenes, fotos, música, textos) es equivalente a la que se produce hoy en el arco de tan sólo 48 horas” (p.11). A partir de aquí, es fácil comprender que los marcos teóricos de referencia con los que nos hemos movido en los dos últimos siglos no sólo se tambalean, sino que se muestran claramente insuficientes.
La comunicación es como un “umbral” al que se asoma la vida de los hombres. Es la imagen de la vida, que por su propia naturaleza busca fronteras para expandirse —incluso hasta ir más allá de la propia corporeidad— para encontrar y relacionarse, conocer y autocomprenderse mejor. La pro-vocación de habitar este nuevo umbral de la comunicación se dibuja como una línea: para algunos es “un final” del que defenderse, para otros es “el fin” hacia el que tender; para otros incluso se trata de un “con-fín” que habitar humanamente. Todo esto es una ocasión que abre hacia el conocimiento, el desarrollo, la relación y un ideal solidario de comunicación. Al mismo tiempo se mantiene la tentación de elegir modelos de comunicación cerrados y autorreferenciales (2015: 11).
El autor apuesta claramente por un realismo radical en el modo de plantear, entender y ejercer el periodismo. Realismo que se aleja, por tanto, de las teorías de la comunicación o de la información surgidas de las distintas ideologías decimonónicas. Defiende el periodismo como “servicio público” para cuya comprensión adecuada ha de integrar el qué, el cómo y el para quién. “Un servicio público, en la era de la fragmentación digital, sirve si antes de cualquier reforma que sólo ataña a los residuos, nos interrogue acerca de cuál es el umbral de la comunicación en que habitar. Es más. Para comunicar el servicio público, es preciso superar el umbral de la condivisión y elegir la perspectiva desde la que ver la realidad” (2015: 12).
Me parece que el autor acierta en la reflexión cuando en este esbozo del marco teórico para la reflexión, dibujado en la introducción, más allá de los rasgos sociológicos e incluso psicológicos que el avance de las tecnologías de la comunicación va dibujando en torno al modo humano de habitar la realidad (la propia “nube” digital como prótesis que nos acompaña donde vamos), se centra en las exigencias para el profesional. Creo al menos que es la reflexión que los profesionales del periodismo y de la docencia más necesitamos hacer:
Encontrarse en la condición de producir contenidos, a veces incluso sofisticados, vuelve a poner en el centro del debate la cualidad profesional de las informaciones, la reputación, la verificación de las fuentes, la elección de las imágenes, los textos y las narraciones. Todo esto no puede prescindir del respeto de las reglas. La difusión capilar de la comunicación mediática implica un incremento de la necesidad del trabajo profesional y de formación cualificada. ¿Cómo refundar el servicio público, si la categoría de los periodistas está marcada por una fuerte desigualdad de oportunidades? Hay que ayudar a los jóvenes que pueden comunicar profesionalmente a conseguir la remuneración justa, las condiciones justas de bienestar y los instrumentos formativos adecuados (2015: 13).
Los nueve capítulos del libro desarrollan los tres horizontes o fronteras del periodismo, tal y como nos anuncia el título. Aunque, como es lógico, de alguna manera se entremezclan las cuestiones, los dos primeros guardan una relación más directa con el periodismo como servicio público, los cinco siguientes abordan cuestiones distintas de deontología, para acabar en los dos últimos abordando la profesionalidad del periodismo. Extracto algunas de las aportaciones que me han parecido más interesantes de los dos primeros capítulos. Los dos últimos son muy particulares de la historia y problemática italiana. De los capítulos centrales, destacaría sobre todo el dedicado a la recuperación de la credibilidad de la profesión y el de la información política, aunque la limitación de espacio no nos permite detenernos más en ellos.
Hay que comprender cómo Internet está cambiando la democracia, pues está modificando no sólo el modo de las relaciones entre las personas, sino también los procesos y modos en la toma de decisiones. “¿Está ayudando Internet a conservar y consolidar la democracia representativa, o más bien está creando un modelo alternativo?” (p.20)
En general, los medios remodelan la democracia que con la llegada de la Red y de los grandes grupos televisivos concentrados en las manos de unos pocos, ha tecnificado, mediatizado y verticalizado la política. Otros factores, como los nuevos lenguajes, los nuevos modos de comunicar y la secularización de las ideas basadas sobre propuestas “débiles” y de corto alcance, han hecho perder el telos, el fin hacia el que tender, dejando sitio a los “emotivismos”, que legitiman las convicciones particulares como verdades absolutas. En este escenario, ¿cómo pueden contribuir los medios, Internet incluido, a refundar la idea de democracia que antes de ser procedimental es un bien relacional que custodiar? La democracia tiene necesidad del periodismo para consolidar un modelo todavía muy joven y frágil, porque antes de ser una forma de gobierno, es un modo de vida basado sobre la responsabilidad tanto individual como de la comunidad civil (2015: 23).
El autor indica que el papel del periodismo en la consolidación de la democracia es clave, precisamente porque no hablamos de una cuestión meramente formal, sino de un modo de vida relacional plenamente consolidado. Es interesante que el autor señale como uno de los factores claves que han de tenerse en cuenta ahora es el modo en que los periodistas informan de las tensiones, de los conflictos, de los riesgos, sean de la naturaleza que sean: religiosa, política, criminal… Aborda por ello tres tensiones: la participación democrática en la red como un hecho creciente que va tomando diversas formas y alcances según modelos, excepto en aquellos países en los que se ejerce un control que impide la libertad de expresión en la red; el poder de la información y el valor de la intimidad (bueno, realmente utiliza el término sajón privacy).
Hay un modo de hacer frente a este cambio antropológico: invertir en la dimensión comunitaria, que considera la Red como el primero de los lugares en los que la confianza favorece la cohesión social y genera políticas de solidaridad basada en el respeto del otro. Esto permitirá pensar la democracia también como sistema que no se limita a la soberanía estatal. Esto no significa, como sostienen muchos analistas, la llegada de una post-democracia, sino el cambio de las formas tradicionales de participación y el nacimiento de otras nuevas. Dentro del sistema tecno-capitalista global se advierte la exigencia de una “cultura del compartir” que desarrolle una ciudadanía activa y partícipe del bien común (2015: 30).
Resalta como peculiaridades italianas dos más que se reproducen en España casi milimétricamente, a saber: haber trasladado el debate político del Parlamento a los platós televisivos, y la precarización de la profesión, lo que limita a juicio de muchos expertos la libertad de expresión. La denuncia de estos problemas, así como la insana mezcla entre empresas editoras, publicidad, política, economía, información y publicidad, lleva al autor a replantearse que buena parte de la solución pasa por recuperar un periodismo dirigido a los ciudadanos, no a entretener a las masas. Lo que a su vez implica un cuidadoso sentido crítico en los profesionales:
¿Y si partiéramos de nuevo desde la formación? Repensar las ofertas formativas de la universidad italiana de manera que el momento de la búsqueda y de la didáctica —hoy separados— podrían encontrar una síntesis, con el fin de preparar jóvenes que, además de la técnica, sean capaces de elaborar los contenidos de la comunicación. Son muchos los ejemplos que se podrían dar para demostrar que el sistema de la comunicación no está cumpliendo el servicio al que está llamado. Nos limitamos a recordar cómo los telediarios se han convertido en tendenciosos y cómo la comunicación política se ha convertido en un espectáculo en el que los media son los motores y los políticos los actores (2015: 49).
El autor no duda en analizar, a modo de ejemplo, el reciente caso de la revista Charlie Hebdo y el conflicto entre el derecho a la información por un lado, y el respeto al derecho a la libertad religiosa por otro: “mi libertad nunca es absoluta: el encuentro con la libertad y la sensibilidad del otro son principios que deben inspirar acciones concretas y que deben ser declinados en relación con la complejidad de la historia y de la cultura en la que se vive” (p. 51). Lo que pone en juego, además, un tercer principio, el de la reciprocidad. Los atentados de París en enero de 2015 nos deben hacer ver que el principio de libertad tiene que definirse en relación con el de igualdad y el de fraternidad, de modo que los medios sean realmente un servicio público que sirva al bien común, a la integración social y cultural.