Un libro sorprendente e interesante a un tiempo. Sorprende, porque el lector tiene en sus manos una especie de guía de viajes por la obra de Hannah Arendt, de la mano de una de sus mejores conocedoras en España, Teresa Gutiérrez de Cabiedes. E interesante, porque anima a una reflexión constante sobre el quehacer de la Filosofía y el periodismo en lo que el subtítulo presenta como “era punto cero”, signifique eso lo que signifique, pero que a todos nos evoca sin lugar a dudas la sociedad de la información, postmoderna, líquida, hiperconectada… Resulta también interesante, o cuando menos curioso, el formato narrativo utilizado con la clara voluntad de acercarse al público universitario de hoy. En esa “era punto cero”, y quien da clases en la Universidad lo sabe, resulta tarea ardua conseguir que un joven se acerque a un libro, en general, y mucho más si ese objeto encuadernado es un ensayo.
Presentar la obra de Arendt en forma de ficticio intercambio de correos electrónicos entre la autora y una supuesta joven sobrina, recupera el género epistolar clásico al tiempo que introduce a Hannah Arendt como tercera invitada en el debate. A medida que se avanza en la lectura de las páginas resulta muy claro que la autora del libro ha volcado en este formato las reflexiones que sobre el ejercicio del periodismo le ha provocado el estudio de la obra de la filósofa hebrea. Y a mi juicio este es el valor principal del libro: mostrar que el auténtico periodismo no sólo no está reñido con la filosofía, sino que la necesita como herramienta esencial tanto en la formación del comunicador como en el ejercicio de la profesión, en apariencia, más “antifilosófica” que existe. Porque reducir el periodismo a la mera transmisión de datos efímeros e inconexos, como con demasiada frecuencia sucede y así se enseña, no es auténtico periodismo, pues éste ha de contar la vida (no las cosas), y por tanto, ayudar a la comprensión de la realidad. Este volumen ayuda, y mucho, a ver cómo en sus obras, y sobre todo en sus artículos periodísticos, empezando por los famosos reportajes que levantaron tanta polémica recopilados en Eichmann en Jerusalén, Arendt puso en ejercicio aquella sintética frase pronunciada en una entrevista y que ha quedado como lema de su vida: “lo que quiero es comprender”.
Por lo que llevo dicho, queda claro que el libro presenta la obra de la filósofa hebrea tal y como la ha leído la propia autora, desde su experiencia e inquietud personales. Pero eso no quita un ápice de interés al ensayo, pues creo que justo eso es lo que a la propia Arendt le gustaría comprobar, además de que es la mejor manera de provocar que el lector se acerque por su cuenta a los libros y artículos originales y establecer su propio diálogo con ellos.
Como resulta inevitable en una reseña, por otro lado, lo que voy a hacer es precisamente mi lectura de esta lectura. Y si de este modo el lector se siente tentado a comprobar por su cuenta estas provocaciones, objetivo logrado. A partir de aquí, apuntaré algunas de las ideas que he encontrado más interesantes en este “intercambio epistolar” contemporáneo, que empieza por una interpelación y una respuesta, estructura que se va repitiendo ocho veces, abriendo cada vez más el círculo de las cuestiones implicadas en cada respuesta. O dicho de otro modo, ahondando cada vez más en el modo en que la filósofa hebrea se convierte en una conciencia moral narrativa, que va desentrañando las exigencias éticas del modo político de ser de la condición humana.
Arranca con la duda sobre qué es ser periodista, pregunta que todo estudiante que llega a la facultad de Ciencias de la Información se hace: ¿hay que tener el título para ejercer la profesión? O con terminología de hoy: ¿para qué estudiar si lo que se lleva es el “periodismo ciudadano”, ese de cualquiera con un móvil y una cuenta en las redes sociales? “A lo mejor, por eso, me ha dejado KO conocer la historia de Hannah Arendt. Me sacudió ver hasta qué punto se la jugó para contar al mundo la historia de Adolf Eichmann. Menudo personaje, el nazi ese. Qué tipo más difícil de entender. Y qué esfuerzo hizo ella por comprender lo incomprensible” (p.13). Para cualquier periodista, sin duda, debería ser una pista comprobar que más de cincuenta años después, aquellos reportajes siguen siendo de lectura obligatoria… y que nadie se acuerda del resto de periodistas que dieron cobertura a aquel proceso de repercusión mundial, ¿no?
Uno de los valores del libro es que presenta la obra periodística de Hannah Arendt, no sólo esos famosos reportajes. Señala Gutiérrez de Cabiedes que “esos magníficos artículos no fueron fruto de la improvisación; más bien se trata de la madurez de todo un itinerario profesional” (p.16). Lo que le lleva a defender que el periodismo más que de un título precisa de un “saber hacer. Cualquier oficio requiere el dominio de unas técnicas. Y cualquier aprendizaje es una combinación de ciencia y experiencia” (p.17). Sin aprender el oficio no se puede ser buen periodista, pero el mero paso por una facultad no garantiza el aprendizaje del mismo. ¿Por qué Arendt puede ser una buena maestra del oficio? Porque:
La bisagra entre su biografía y su pensamiento son, precisamente, los trabajos periodísticos que firmó. Lejos de ser un aspecto menor de su obra, esos textos van a caballo de su vida y manifiestan cómo su afán por comprender fue su motor intelectual y existencial. […] siempre he pensado que Arendt desarrolló su neófita filosofía política usando como formato los ensayos y columnas periodísticas (p.17).
Desde el punto de vista filosófico es interesante esta clave de lectura de una obra, por lo demás, compleja a la par que siempre sugerente:
De hecho, todos sus libros son un conglomerado de textos académicos y periodísticos recompuestos, reescritos y, en varias ocasiones, reeditados íntegramente. Y ese itinerario narrativo constituía el hilo invisible pero recio que cosía la biografía y el pensamiento de Arendt en una única pieza. […] Necesitaba comprender no un mundo abstracto de ideas, sino el mundo real, la actualidad que le rodeaba. Y para ello necesitaba contar esa actualidad pensada (p.18).
Lo que respalda con una confesión de la propia filósofa: “como escritora y profesora de filosofía política asumí un papel de reportera” (p.19). Por eso, ante la inquietud expresada en el capítulo 3 sobre qué es lo que se aprende realmente en la facultad, no queda más remedio (capítulo 4) que contestar diciendo que si bien hay que saber y dominar las técnicas, éstas han de estar al servicio de quien quiere contar una realidad que se ha querido comprender previamente, porque, como titula este capítulo “existe algo antes del comienzo” (p.25). Capítulo, pues, que nos muestra a Arendt como quien enseña al periodista, antes que a hablar de la realidad, a saberla escuchar, porque:
Si cada uno puede escuchar lo que la realidad cuenta, también es capaz de transmitir a otros lo que ha oído. Sólo así tiene sentido que existan medios de comunicación y periodistas. […] Arendt advierte que el triunfo está en gozar comprendiendo la realidad y compartiendo con otros tal triunfo. […] Por eso, la conclusión que saco a leer a esta pensadora es siempre la misma: para transformar el desconcierto y la oscuridad modernas en un mundo habitable el hombre se debate entre la violencia y la palabra (pp.27-28).
Como decía más arriba, el libro va ahondando en la aportación de ese estilo filosófico-periodístico de la filósofa hebrea que tanta luz arroja para un periodismo fundado en el convencimiento de que la realidad es compleja, que necesita ser conocida y comprendida. De otro modo, es imposible una aportación sincera del periodismo a una sociedad que necesita, para desarrollarse en libertad, superar no sólo la banalidad de un mal bufonesco, sino también, la simplicidad del eslogan que enmascara, el ruido de una cultura convertida en mero producto, la basura de una información hecha de mera acumulación de datos.
El epílogo del libro reproduce, sin más comentarios, la dedicatoria a Karl Jaspers con la que Arendt abría la recopilación de ensayos publicados bajo el título La tradición oculta. Creo que es no sólo un acierto, sino un modo excelente de recoger el programa de este viaje guiado a través de la obra periodística de la filósofa hebrea:
“Lo que aprendí de usted es que sólo importa la verdad, y no las formas de ver el mundo; que hay que vivir y pensar en libertad, y no en una ‘cápsula’ (por bien acondicionada que esté); que la necesidad en cualquiera de sus figuras sólo es un fantasma que quiere inducirnos a representar un papel en lugar de ser, de una manera u otra, seres humanos.
Personalmente, nunca he olvidado la actitud que adoptaba al escuchar, tan difícil de describir, ni su tolerancia, constantemente presta a la crítica y totalmente alejada tanto del escepticismo como del fanatismo (una tolerancia que no es en definitiva sino la constatación de que todos los seres humanos tienen una razón y de que no hay ser humano cuya razón no sea infalible)”. (p.131).