Marcos Vázquez Consuegra en su poemario Volver al horizonte (2017) continúa la trayectoria poética comenzada en Miradas convocadas (2002), Entre paréntesis (2012) y La diagonal (2014). A lo largo de este recorrido el poeta sevillano ha construido un estilo propio que cautiva al lector por su radicalidad y ternura, sencillez y complejidad, y también por su actualidad.
Si en La diagonal (1014) resuenan las voces de Lorca («Beso de luna»), Silvia Schujer («Barco de papel»), Antonio Machado («Invierno en Soria») o de las greguerías de Ramón de la Serna («El cuento dentro de cuento solo es un cuento embarazado»), en este nuevo poemario, Volver al horizonte (2017), las intertextualidades se entretejen y se hacen estructurales -esenciales- en la composición de cada poema.
Volver al Horizonte (2017) está compuesta por un prólogo, setenta y seis composiciones -de rima libre y extensión heterogénea (19-123)- y una breve narración poética -«Performance» (127-136)-. Los epígrafes -citas de André Glucksmann, Paul Klee, Shakespeare, Confucio, Descartes, Leonardo da Vinci, Víctor Hugo, Orígenes y Eckhart Tolle- muestran la inteligente conexión o intertextualidad que el autor establece entre éstas sentencias y sus creaciones. También tres dibujos del autor iluminan el libro. Todos estos recursos preparan al lector para el goce poético que experimentará en cada poema.
Comentaré, a continuación, algunos de los aspectos que se pueden apreciar en sus composiciones en las que existe riqueza de contenidos, estilos y resonancias literarias.
1. La radicalidad de algunos de sus poemas los hace atractivos, en un momento en el que lo políticamente correcto endulza y homogeniza las posiciones ideológicas de la mayoría de los creadores.
Para expresar su «yo» el autor se vale de algunos recursos en los que resuenan ecos de la generación del 27; al igual que ellos se decanta por un lenguaje desnudo donde la metáfora confiere la fuerza expresiva; metáforas que bien podrían ser greguerías de Ramón Gómez de la Serna.
Así, por ejemplo, en «La levedad», el lenguaje casi puro (falto de adjetivos y rico en nombres abstractos), la repetición de conceptos similares -«me sonroja», «me hiere», «crea hilaridad» y «me exaspera» (63)-, la fuerza de las comparaciones y metáforas -«tu liviandad/ es como una pesada losa/ que asfixia mi cerebro/eres […] la pesadez/cargada de granito/ Sr. Presidente» (63)- y el vaivén de lo abstracto -«levedad», «liviandad» y «pesadez»- a lo concreto -«pesada losa y «granito» (63)- confieren al poema una gran intensidad comunicativa.
2. Una firme actitud contra perversidad de la sociedad aflora en algunos poemas; por ejemplo en «Reciclaje» (42), donde se aboga por «tirar todo lo podrido/ y empezar de cero» (42); o en «Nacimientos» (34), donde se advierte a unos recién nacidos que «si fuerais totalmente conscientes/nunca saldríais» (35) y, también, que «lo reprobable/ puede y debe ser cambiado con prontitud» (36). Pero esta aniquilación del mal es el principio de la esperanza, ya que para la voz poética «ahora es el momento de empezar/ a construir», («Reciclaje» 43); y, finalmente, ésta cederá su pesimismo y se congratulará por el nacimiento de los infantes -«¡Pero qué felicidad que hayáis nacido!» (36)-. La misma dualidad se aprecia en «Pueblo que son todos los pueblos» (62), donde también la voz poética exhorta a las gentes a que «activen las conciencias/ de aquellos cerebros/ de conciencias muertas» (62) para, luego, confiar en «un nuevo día/ que traerá esperanza» (62). Por encima de esta reprobación, existe una mirada tierna hacia «las manos que mecen los sueños» (62) de los pueblos, que aporta a este último poema de carácter social un lirismo lleno de inspiración.
3. La capacidad de capturar y materializar por medio del lenguaje las sensaciones opresivas -como en «El ruido» (101)- o los sentimientos de fervor -como en «La comunión» (52)- remite a los escritos de Carmen Martín Gaite; al igual que esta autora el poeta no difumina los límites entre el mundo real y el onírico, imaginario o espiritual. Asimismo algunas metáforas resuenan a las de la salmantina: «Bordaré tu mirada/ en mis manos y las besaré/ hasta recordarte…más tarde» («Recuerdos», 41), o “ventana al mar/puerto para la aventura” («Puerto», 39).
4. La poetización de lo cotidiano se consigue gracias al misterio que la voz poética confiere a situaciones habituales, como en «El Barbero» (61) o «El baile». En este último poema la pregunta retórica crea una incertidumbre que deja cabida al mundo espiritual o irreal: «se rizan las manos/ ¿Quién las hace levitar?…/ Camarón sonríe» (123).
5. El doble sentido y las metáforas de sus poemas producen un goce en el lector, no sólo por la novedad de las conexiones, sino porque le ayudan a relativizar su «yo» al poner una situación a la luz de otra. En ciertos epigramas la metáfora se antoja expresión de la rebeldía hacia la visión estereotipada de la realidad. La inclusión de términos o conceptos científicos en el lenguaje simbólico -«tangentes», «secantes» o «parábola» (100)- contribuye a esta renovación de la mirada poética, tan pregonada por el autor: «Palabras nuevas/ nuevas palabras de ideas nuevas/ no palabras viejas vestidas de domingo» («La palabra», 54). Otras veces, el doble sentido produce una carcajada en el lector, como en esta metáfora continuada: «Se crea en mi mente/ un mar de tensión/que busco comer/ verdes hojas de morera/ para tejerme/ un capullo y esconderme/ de todos los capullos / que me rodean/ («Mentes tensegríticas», 53).
Pero, aunque los aspectos anteriores son en sí mismos válidos para la consagración de Marcos Vázquez Consuegra como poeta, lo más relevante de sus composiciones es el placer que experimenta el lector; gozo producido porque cada poema conecta su realidad existencial con la del «yo» poético del autor -portavoz de otros hombres, de otras épocas y de otros lugares-. Conexión que se lleva a cabo, sobre todo, por medio de la audaz inventiva metafórica del autor, que logra que el lector ilumine un concepto con otro más potente, que le abre nuevas perspectivas que sacian su afán de búsqueda de lo transcendental, su sentido del humor o su melancolía. En fin, una lectura para disfrutar.